Revolución árabe… una nueva era

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La revolución de Túnez, conocida como la Revolución de los Jazmines, cuyo desenlace inmediato fue la caída de Ben Alí, el líder político que llevaba 23 años al frente del poder en ese país, ha traído una serie de revueltas en varias naciones árabes, entre las cuales, una de las más publicitadas debido a la difusión y resonancia que alcanzó fue la ocurrida en Egipto, que terminó con el derrocamiento del Presidente Hosni Mubarak, quien gobernó al pueblo egipcio durante tres décadas.

Marruecos, Libia, Yemen, Argelia, Jordania y Sudán son ejemplos de la desesperación que impera en otras naciones, cuyas condiciones de opresión y marginación propiciadas por longevos regímenes dictatoriales han provocado en sus pobladores un descontento y hartazgo social similares a los que exacerbaron los ánimos de tunecinos y egipcios. Ahora, aunque parezca increíble, hasta en China han comenzado a registrarse brotes de inconformidad que el gobierno comunista no ha dudado en reprimir. 

Los detonantes que han sido factores comunes en casi todos estos estallidos sociales son la falta de libertades democráticas, el autoritarismo, la corrupción gubernamental, las precarias condiciones de vida de gran parte de la población, y la falta de empleo y oportunidades para el desarrollo socioeconómico individual y familiar de las personas, que han volcado al pueblo a tomar las calles para enfrentar con decisión y energía a los gobiernos tiránicos, encontrando como respuesta inicial de sus mandatarios, obstinados en continuar aferrados al poder, un rechazo, a veces brutal, mediante el uso de las fuerzas policiales y militares, que ha dejado un saldo de más de siete centenares de civiles muertos en un lapso de ocho semanas.

Libia, aún bajo la dictadura de Muammar al-Gaddafi, quien en septiembre cumplirá 42 años al frente del control político y militar de esa nación petrolera, es el ejemplo más atroz de la intolerancia y violación a los derechos humanos que son características en los regímenes autoritarios, pues el saldo al inicio de la presente semana era de 400 muertes, cobradas por la artillería terrestre y aérea del ejército que ha recibido la orden de bombardear y abrir fuego contra el pueblo enardecido que reclama el fin de uno de los más oprobiosos gobiernos de los que se tenga memoria.

En China, pese al desarrollo económico e industrial alcanzado por esa nación asiática regida bajo un gobierno comunista, las condiciones no son del todo favorables. La población china, al igual que los ciudadanos de los países árabes que hoy claman justicia y libertad recibiendo de sus gobernantes represión y fuego, se encuentra hastiada de ver diariamente conculcadas su dignidad y sus más elementales garantías, por un gobierno rígido e insensible que no escucha, ni dialoga, ni negocia, porque se halla acostumbrado a imponer unilateralmente su criterio.

Si la Unión Soviética abandonó al comunismo para dar acceso al libre mercado y a la igualdad de oportunidades entre sus ciudadanos; y el Muro de Berlín fue derribado para permitir a los alemanes del este ejercer plenamente sus derechos y reencontrarse con sus hermanos de occidente; no hay razón para que los pueblos árabes continúen siendo sojuzgados por la dura mano de gobiernos tiranos. El desenlace final de este capítulo internacional de anhelos libertarios aún no se puede definir con precisión, lo que sí es previsible como consecuencia de la Revolución Árabe es la proximidad del fin de las dictaduras como formas de gobierno de los pueblos, así como el nacimiento de una nueva era de libertad y progreso.

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