“Los intocables”

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“DESDE CUALQUIER ANGULO EN EL ENTORNO” refiere una desafortunada experiencia en carne propia al cruzar el llamado “Puente Libre” de las Américas en Juárez /  El Paso, del lado gringo, cuando el día 21 de diciembre del año en curso, aproximadamente a las 8 y cuarto de una mañana fría como frio fue el trato del que fuimos objeto por el super-poder (prepotencia) de la famosa “migra”. Después de 45 tediosos  minutos de lentísimo avance, llegamos a la garita de los ‘gueros’, cuya larga fila operaba en la caseta para el lado del volante, y ante individuos de nuestra misma raza, pero renegados de su origen (pochos pues), fuimos salvajemente vejados (mortificados, humillados, ofendidos, avergonzados, menospreciados, etc.), tratados como viles delincuentes; acabábamos de mostrar, serenamente nuestros pasaportes, mis dos hijas (la mayor que conducía y la pequeña de la familia de 20 años que la acompañaba en los asientos delanteros y yo que viajaba en el parte derecha de atrás), cuando el agente encargado de revisarnos, tomó los tres pasaportes en sus manos, consultó su equipo de cómputo e hizo por el comunicador interno (radio frecuencia) un registro de claves. Apenas habían transcurrido 30 segundos cuando aparecieron tres “migros” por el lado derecho del vehículo, es decir, por la parte del copiloto; uno de ellos, severamente, altanero (altivo, engreído, inabordable, insolente, dominante) golpeó  con su puño derecho, el cofre del carro, sacó el seguro del botón y abrió bruscamente la puerta delantera por el lado donde viajaba mi hija menor para extraerla bruscamente y colocarle las esposas por detrás, cuando casi simultáneamente otro de estos “individuetes”, acompañado de un tercero, hicieron lo propio por la puerta trasera (en ese instante supuse que irían a revisar la unidad por lo que traté de salir; me aventaron, empujándome con fiereza por la cabeza entre los otros dos sujetos oficiales, para casi inmediatamente volverme a jalar sacándome del carro literalmente, me sujetaron los brazos por detrás con brusquedad hasta sentir un dolor agudo en el hombro izquierdo, me doblaron las manos, colocándome las esposas, ciñéndolas a mis muñecas hasta el grado de sentir que se me clavaban ambas en la piel,  luego  pude ver que hacían lo propio con mi hija mayor. Solamente atinaba a preguntar el por qué de ese inusual trato, inesperado; cuestionaba sobre las razones de ese infame atropello vil del cual no habrá poder humano que resuelva lo que sería justo, es decir, que se hicieran las cosas civilizadamente (porque, ¿Acaso han sido justificables todos los compatriotas que han caído por las balas de los de la migra? ¿Acaso no sabemos que todos ellos han sido declarados inocentes, argumentando el pleno cumplimiento de sus deberes? Todos han sido exonerados; cualquier sospechoso debe ser tratado con decencia y decoro, como un ser humano, cualquiera que sea su condición, pues aunque haya anuncios que tratan de justificar el atropello a todo turista, estamos conscientes de que  en pleno derecho de la aplicación de sus leyes “gabachas”, no hay absolutamente nada que justifique el trato indecoroso, salvaje, encorajinado, bruto, estúpido, animal, de esos tipejos que se sienten y son, desgraciadamente intocables.

 

Quien parecía ser el superior en este operativo, por fin  se dignó decirme que había un hombre sumamente peligroso, un Carlos Fernández de mi misma complexión, características y origen; harían las averiguaciones del caso cuando entrabamos a los separos (dos áreas contiguas independientes, ambas sendos congeladores provistos con asientos de concreto, cada cual con las respectivas esposas en la parte inferior, cuyo diseño está hecho para incomodar al inculpado, pues queda encorvado, sin poder recargar la espalda) y una oficina  enfrente provista con equipo de cómputo, apartos para tomar las huellas y cámaras  fotográficas. Después de ser revisado (sólo yo en cuerpo y alma, los tres seguíamos esposados). Acto seguido otro agente llenó unos formatos, nos retiraron las esposas y pasamos a la sala de enfrente donde nos tomaron las huellas y fotografiaron. Fuimos absueltos después de una hora de la peor pesadilla viviente. ¿Creerían que nos ofrecieran alguna disculpa?  ¡Pues no! Por el contrario, “No les extrañe que pudieran ser sorprendidos en un futuro en otro operativo como éste” – dijo el gringo- Ma’ ¿Po’s.  éste’? Pa’ que yo vuelva, ni pensarlo, que se metan sus encantos en su pregonada falsa democracia y su defensa a ultranza (muerte) de los Derechos Humanos por salva sea la parte; ¡¡¡desgraciados!!!

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