Estábamos considerando la extraordinaria complejidad de la vida diaria, la lucha, el conflicto, la desdicha y la confusión en que nos hallamos. Hasta que no comprendamos realmente la naturaleza y la estructura de esta complejidad, como estamos presos en esa trampa, no habrá libertad: ni la libertad para inquirir, ni la libertad que nos llega con gran júbilo y en la cual se manifiesta la entrega total de uno mismo. Tal libertad no es posible si existe alguna forma de temor, bien sea superficialmente o en las profundidades recónditas de nuestra mente. Señalamos ya la relación entre el temor, el placer y el deseo, y que para comprender el temor tenemos que comprender también la naturaleza del placer.
Esta mañana hablaremos del centro, del cual provienen nuestra vida y nuestras actividades, y también si es posible cambiar ese centro. Porque evidentemente es necesario un cambio, una transformación, una revolución interna. Para realizar esa transformación tenemos que examinar con cuidado lo que es nuestra vida, sin escapar de ella, sin distraernos con creencias y aseveraciones teóricas, sino observando muy bien lo que nuestra vida es en realidad, y viendo si es posible transformarla por completo. Con esa transformación puede que afectemos la naturaleza y la cultura de la sociedad. Tiene que ocurrir un cambio en la sociedad, porque la maldad y la injusticia social son tan grandes, es tan vergonzosa la farsa del culto religioso… Pero el cambio en la sociedad es de importancia secundaria, eso ocurrirá de forma natural e inevitable, cuando como seres humanos, que se relacionan entre sí, realicemos ese cambio en nosotros mismos.
A lo largo de esta mañana vamos a considerar tres cosas esenciales. ¿Qué es vivir nuestra vida cotidiana? ¿Qué es la compasión, el amor? Y la tercera, ¿qué es la muerte? Las tres están íntimamente relacionadas; al comprender una comprenderemos las otras dos. Según hemos visto, no podemos tomar fragmentos de la vida, escoger una parte de la vida que consideramos valiosa o que nos atrae, o que nuestras inclinaciones reclaman con vehemencia. O tomamos la totalidad de la vida –en la cual están involucrados la muerte, el amor y el vivir–, o tan sólo tomamos un fragmento de ella que pueda parecer satisfactorio, pero que inevitablemente acarreará mayor confusión. Tenemos, pues, que tomarla en su totalidad, y al considerar lo que es el vivir, debemos tener en cuenta que estamos discutiendo sobre algo que es total, sano y sagrado.
Podemos observar que en las relaciones de la vida diaria hay conflicto, sufrimiento y dolor; dependemos de otro constantemente, y en esta dependencia existe la autocompasión y la comparación. A eso le llamamos vivir. Permítanme volver a repetir que no nos ocupamos de teorías, que no difundimos ninguna ideología, porque es obvio que las ideologías, cualesquiera que sean, no tienen valor, al contrario, acarrean mayor confusión y mayor conflicto. No estamos recreándonos con opiniones, evaluaciones, o censuras. Estamos interesados únicamente en observar lo que de verdad ocurre para ver si eso puede ser transformado.
Podemos ver claramente cuán contradictoria y confusa es nuestra vida cotidiana; tal como la vivimos ahora, carece absolutamente de sentido. Es posible inventarle un significado; los intelectuales realmente le inventan un sentido a la vida, y la gente lo acepta. Pero ese sentido puede ser una filosofía muy ingeniosa, que es creada de la nada. Mientras que si únicamente nos interesa “lo que es”, sin inventarle algún significado, o sin escapar, y sin caer en teorías o ideologías, si estamos tremendamente alerta, entonces la mente es capaz de enfrentarse a “lo que es”. Las teorías y las creencias no cambian nuestra vida; el hombre las ha sustentado durante miles de años y no ha cambiado; quizás le han dado un pulimento superficial; quizás sea un poco menos salvaje, pero es todavía brutal, violento, caprichoso, incapaz de mantener la seriedad. Vivimos una vida de gran sufrimiento desde el instante en que nacemos hasta que morimos. Ése es un hecho. Y ninguna teoría especulativa sobre ese hecho podrá afectarlo. Lo que realmente afecta a “lo que es” es la capacidad, la energía, la intensidad, la pasión con que miramos ese hecho. Y no podemos tener pasión e intensidad si la mente está persiguiendo alguna ilusión, alguna ideología especulativa. Estamos examinando algo más bien complejo para lo cual necesitamos toda nuestra energía, toda nuestra atención, no sólo mientras estamos en este recinto, sino también a través de la vida, si es que somos algo serios. Lo que nos interesa es cambiar “lo que es”, el sufrimiento, el conflicto, la violencia, la dependencia de otro, no la dependencia del que vende víveres, del médico, o del cartero, sino la dependencia en nuestra relación con otro, tanto psicológica como psicosomáticamente. Esa dependencia de otro siempre engendra miedo: mientras yo dependa de usted para mi sostén, emocional, psicológica o espiritualmente, soy su esclavo y, por lo tanto, tengo temor. Ése es un hecho. La mayoría de los seres humanos dependen de otro, y en esa dependencia está la autocompasión, que nace de la comparación. De manera que donde haya dependencia psicológica de otro –de la esposa, o del esposo–, tendrá que haber no sólo temor y placer, sino también el sufrimiento que éstos generan. Espero que estén observando esto en ustedes mismos, y no meramente escuchando al que les habla.
Ustedes saben que hay dos maneras de escuchar: escuchar a la ligera, como se escucha una serie de ideas, estando de acuerdo o en desacuerdo con ellas; y hay otra manera de hacerlo, que consiste no sólo en escuchar las palabras y el significado de éstas, sino también lo que está realmente ocurriendo en ustedes mismos. Si escuchamos así, entonces lo que dice el que habla guarda relación con lo que están escuchando dentro de ustedes mismos. Entonces no están tan sólo escuchándome a mí –lo que no tiene la menor importancia–, sino todo el contenido de su ser. Y si están escuchando así con intensidad, al mismo tiempo y en el mismo nivel, entonces ustedes y yo participamos juntos en lo que está realmente ocurriendo. Entonces tendrán ustedes la pasión que va a transformar aquello “que es”. Pero si no escuchan de esa manera, con toda la mente, con todo el corazón, entonces una reunión de esta clase carece totalmente de sentido.
Al comprender “lo que es”, la vida terrible que realmente llevamos, nos damos cuenta de que vivimos en aislamiento, pues aunque tengamos mujer e hijos, existe un proceso autoaislante que está operando dentro de uno mismo. Aun cuando vivan juntos en la misma casa, la esposa, la amiga o el amigo, cada cual está realmente aislado, con sus propias ambiciones y temores y su propio sufrimiento. El vivir de esa forma se llama relación. Repito, éste es un hecho; él tiene una imagen de ella, y ella tiene una imagen de él, y cada uno tiene su propia imagen de sí mismo. La relación que se produce es entre esas imágenes, pero ésa no es una relación verdadera. Tenemos, pues, que averiguar cómo se elaboran esas imágenes, cómo se crean, por qué habrían de existir, y lo que significaría vivir sin esas imágenes. No sé si ustedes han considerado alguna vez si es posible una vida en la que no haya imágenes, creencias, y qué significaría vivir sin ellas. Vamos a averiguarlo.
Tenemos muchas experiencias todo el tiempo y podemos ser, o no ser conscientes de ellas. Cada experiencia deja una huella; esas huellas se van fortaleciendo día tras día y se convierten en la imagen. Tan pronto alguien nos insulta, ya hemos formado una imagen del otro. O si alguien nos adula, otra vez se forma una imagen. Inevitablemente cada reacción genera una imagen. ¿Es posible que, una vez creada, esa imagen cese?
Para que una imagen cese, tenemos primero que averiguar cómo se forma; y si no respondemos adecuadamente a cualquier reto, es inevitable que el residuo deje una imagen. Si me llama tonto, inmediatamente usted se convierte en mi enemigo, o usted no me agrada. Cuando me llama tonto, tengo que estar intensamente alerta en ese momento, sin elegir, sin condenar, simplemente escuchando lo que usted dice. Si no reacciono emocionalmente a su aseveración, entonces no se forma imagen alguna.
Tenemos que estar, pues, atentos a la reacción, sin darle oportunidad de que arraigue, porque en cuanto la reacción echa raíces, ha formado ya una imagen. Ahora le pregunto: ¿puede usted hacerlo? Para hacerlo necesita prestar atención –no simplemente ir divagando como en sueños por la vida–, prestar atención en el momento del reto, con todo su ser, escuchando con su corazón y con su mente, de manera que vea con claridad lo que se está diciendo: ya sea un insulto, o una adulación, o una opinión sobre usted. Entonces verá que no existe imagen alguna. La imagen se forma siempre de lo que ha ocurrido en el pasado. Si es placentera, la conservamos. Si es dolorosa, deseamos deshacernos de ella. De manera que surge el deseo; una cosa deseamos retenerla, y la otra deseamos rechazarla; y del deseo nace el conflicto. Si nos damos cuenta de todo esto, prestándole atención sin elección alguna, simplemente observando, entonces podremos descubrir la verdad por nosotros mismos, y no viviremos de acuerdo con algún psicólogo o algún sacerdote, o algún médico. Si queremos descubrir la verdad tenemos que estar completamente libres de todo eso, y estar solos. Estar solo es dar la espalda a la sociedad. Si ustedes se han observado con detenimiento, verán que una parte de su cerebro, la cual ha evolucionado a lo largo de muchos miles de años, es el pasado, y que el pasado es la experiencia, la memoria. En ese pasado hay seguridad. Espero que estén observando todo esto en ustedes mismos. El pasado responde siempre inmediatamente, y el demorar la respuesta del pasado cuando afrontamos un reto, de manera que haya un intervalo entre el reto y la respuesta, es lo que pone fin a la imagen. Si no hacemos esto, estaremos viviendo siempre en el pasado. Somos el pasado, y en el pasado no hay libertad. Ésa es, pues, nuestra vida, una batalla constante, en la cual el pasado, modificado por el presente, se mueve hacia el futuro, que es todavía el movimiento del pasado, aunque modificado. Mientras exista ese movimiento, el hombre nunca podrá ser libre, siempre estará en conflicto, en sufrimiento, en confusión, en desgracia. ¿Puede demorarse la respuesta del pasado de manera que no ocurra la formación inmediata de una imagen?
Tenemos que mirar la vida como es, mirar la confusión y la miseria interminables, y el escape de eso hacia alguna superstición religiosa, o hacia la adoración del Estado, o hacia varias formas de entendimiento. Tenemos que mirar cómo escapamos hacia la neurosis, porque una neurosis ofrece un extraordinario sentido de seguridad. El hombre que “cree” es neurótico; el hombre que adora una imagen es neurótico. En esas formas de neurosis hay gran seguridad. Pero así no se llega a ninguna revolución radical en nosotros mismos. Para lograrla tenemos que observar sin elección, sin distorsión alguna del deseo, o del placer o del dolor, sólo observar realmente lo que somos, sin escapes. Pero no le demos nombre a lo que veamos, tan sólo observemos. Entonces tendremos la pasión, la energía para observar, y en esa observación se realiza un cambio tremendo.
¿Qué es el amor? Hablamos mucho de él: amor a Dios, amor a la humanidad, amor a la patria, amor a la familia. Pero extrañamente, unido a ese amor va el odio. Usted ama a su Dios y odia al Dios de otro, usted ama su patria, su familia, pero está en contra de la familia de otro, en contra de otra nación. Y en todo el mundo, el amor está asociado más o menos con el sexo. No estamos condenando, ni juzgando, ni evaluando; sólo observamos lo que está realmente ocurriendo, y si usted sabe cómo observar, el hacerlo le infunde una tremenda energía.
¿Qué es amor y qué es compasión? La palabra “compasión” significa pasión por todo el mundo, interesarse por todo, incluso por los animales que matamos para comer. Primero miremos lo que realmente es –no lo que debe ser– viendo lo que realmente es en la vida diaria. ¿Sabemos lo que significa amor, o únicamente conocemos el placer y el deseo, los cuales llamamos amor? Desde luego, con el placer, con el deseo, va la ternura, el cuidado, el afecto, etc. ¿Es, pues, el amor placer, deseo? Aparentemente lo es para la mayoría de nosotros. Uno depende de su esposa, uno ama a su esposa, no obstante, si ella se fija en alguna otra persona, uno se siente encolerizado, frustrado, infeliz; y en última instancia está el tribunal para divorcios. ¡Eso es lo que llamamos amor! Pero si su esposa muere, se busca otra, porque es muy grande la dependencia. Uno nunca pregunta por qué depende de otro. (Hablo de dependencia psicológica.) Si lo observa, verá allá en lo profundo, cuán solo está, cuán frustrado e infeliz es. No sabe qué hacer con esa soledad, ese aislamiento, que es una forma de suicidio. Y, por lo tanto, al no saber qué hacer, depende de alguien o de algo. Esa dependencia le proporciona gran comodidad y compañía, pero cuando esa compañía es ligeramente alterada, uno se torna celoso, furioso. ¿Mandarían ustedes a sus hijos a la guerra si los amaran? ¿Les darían la clase de educación que ahora reciben, educándolos sólo técnicamente, para ayudarles a conseguir un empleo, para aprobar algunos exámenes e ignorar el resto de la totalidad de esta vida maravillosa? Los cuidan con tanto esmero hasta que llegan a tener cinco años y luego los echan a los lobos. Eso es lo que llamamos amor. ¿Existe el amor cuando hay violencia, odio, antagonismo? ¿Qué haremos, pues? Dentro de esta violencia y odio está nuestra virtud y nuestra moralidad; cuando rechacemos eso, entonces seremos virtuosos. Eso significa ver todas las implicaciones de lo que es el amor, valernos por nosotros mismos y ser capaces de amar. Ustedes escuchan esto porque saben que es la verdad. Si no lo viven, la verdad se convierte en veneno; si oyen algo verdadero y lo abandonan, eso trae otra contradicción en la vida y, por lo tanto, mayor desdicha. Escuchen, pues, con su corazón y con toda su mente; o no escuchen nada. Pero como se hallan aquí, espero que estén escuchando.
El amor no es lo contrario de ninguna otra cosa. No es lo opuesto del odio, ni de la violencia. Aunque no dependamos de alguien y vivamos muy virtuosamente –colaborando en la asistencia social, manifestándonos por las calles–, si no tenemos amor, todo eso carece por completo de valor. Si amamos, entonces podemos hacer lo que nos plazca. El hombre que ama no comete errores, y si comete alguno, lo corrige inmediatamente. Un hombre que ama no siente celos, ni remordimientos, para él no existe el perdón, porque en ningún momento surge algo que sea motivo de perdón. Todo esto requiere una investigación profunda, gran cuidado y atención. Pero estamos presos en la trampa de la sociedad moderna; hemos creado esa trampa nosotros mismos, y si alguien nos señala ese hecho, no lo tenemos en cuenta. De manera que siguen las guerras y el odio.
Desearía saber qué piensan ustedes acerca de la muerte; no teóricamente, sino lo que en realidad significa para ustedes; no como algo que ha de llegar inevitablemente, bien sea por accidente, debido a una enfermedad o a la vejez. Eso le ocurre a todo el mundo: en la vejez nos entran las pretensiones de actuar como si fuéramos jóvenes. Todas las teorías, todas las esperanzas significan que estamos desesperados; y en nuestra desesperación buscamos algo que nos dé alguna esperanza. ¿Ha observado usted su desesperanza para ver por qué existe? Existe porque uno se compara con otro, porque uno desea alcanzar una meta, convertirse en algo, ser, realizarse.
Una de las cosas extrañas de la vida es que estamos condicionados por el verbo “ser”. Porque en él existe el pasado, el presente y el futuro. Todo el condicionamiento religioso está basado en ese verbo “ser”; en él tienen su fundamento el cielo y el infierno, todas las creencias, todos los salvadores, todos los excesos. ¿Puede un ser humano vivir sin ese verbo que significa vivir y no tener pasado ni futuro? No significa “vivir en el presente”; ustedes no saben lo que significa vivir en el presente. Para vivir completamente en el presente tenemos que saber cuál es la naturaleza y la estructura del pasado: que es uno mismo. Tenemos que conocernos a nosotros mismos de una manera tan completa que no haya ningún rincón oculto; ese “nosotros mismos” es el pasado, y se nutre del verbo “ser” que es llegar a ser, realizarse, recordar. Averigüemos lo que significa vivir sin ese verbo en el mundo psicológico, interno.
¿Qué significa la muerte? ¿Por qué todos la tememos tanto? En Asia la gente cree en la reencarnación; en eso encuentran gran esperanza –no sé por qué– y la gente continúa hablando y escribiendo sobre ella. ¿Qué es lo que se va a encarnar? ¿Todo el pasado, toda la desdicha, toda la confusión, todo lo que somos ahora? Creemos que “el yo” (aquí se usa la palabra “alma”) es algo permanente. ¿Es que existe algo en la vida que sea permanente? Nos gustaría tener algo permanente, y por ese motivo colocamos la muerte a distancia y separada de nosotros, nunca la miramos, porque nos atemoriza. Luego tenemos “el tiempo”, el tiempo entre lo que es y lo que inevitablemente ocurrirá, O bien proyectamos nuestras vidas al mañana y continuamos como estamos ahora, esperando que ocurra alguna clase de resurrección, o bien morimos cada día. Morimos cada día para nosotros mismos, para nuestra desdicha, para nuestro sufrimiento; nos despojamos de esa carga cada día de manera que nuestra mente sea fresca, joven e inocente. La palabra “inocencia” significa “incapaz de ser herida”. Tener una mente que no pueda ser herida no quiere decir que haya desarrollado mucha resistencia; al contrario, una mente así está muriendo para todo lo que ha conocido donde ha habido conflicto, placer y dolor. Sólo entonces la mente es inocente; eso quiere decir que puede amar. No es posible que amemos con la memoria; el amor no es cosa del recuerdo, del tiempo.
De manera que el amor, la muerte y el vivir no son cosas separadas, sino una unidad total, y en esa unidad está la sensatez. Esa sensatez no puede existir si hay odio, ira, celos, y cuando hay dependencia, la cual engendra el temor. Cuando hay sensatez, la vida se vuelve sagrada; hay gran júbilo y podemos hacer lo que queramos; y lo que entonces hacemos es válido y virtuoso.
No conocemos todo esto; sólo conocemos nuestra miseria, y como nada sabemos, tratamos de escapar. Si por lo menos dejáramos de escapar para que pudiéramos realmente observar, evitando movernos siquiera un ápice de “lo que es”, sin nombrarlo, condenarlo o juzgarlo, de manera que sólo pudiéramos observarlo. Para observar algo se requiere interés, y tener interés significa tener compasión. Con una vida tan espléndida y completa, se puede entonces participar en algo de lo que hablaremos mañana, o sea, la meditación. Sin haber establecido esa base, la meditación es mera autohipnosis. Establecer esa base significa que hemos comprendido esta vida extraordinaria, por lo que tenemos una mente sin conflicto y llevamos una vida en la que hay compasión, belleza y, por lo tanto, orden. No se trata del orden de un programa, sino el orden que surge cuando comprendemos lo que es el desorden: y nuestra vida es eso. Nuestra vida está en desorden. El desorden es contradicción, el conflicto de los opuestos. Cuando comprendemos ese desorden que hay en nosotros mismos, entonces de dicha comprensión surge el orden, el orden que es preciso, matemático, en el que no hay distorsión. Todo esto requiere una mente meditativa, una mente que es capaz de observar en silencio.
Más allá de la Violencia, © KFT.