La música saca lo mejor del hombre: Ernesto de la Peña

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Mozart es uno de mis gallos, dice con su proverbial buen humor el lingüista, escritor, políglota y académico mexicano.

Distinguido como escritor, lingüista, políglota, académico, erudito y profundo conocedor y difusor de la ópera, don Ernesto de la Peña es, ante todo, un hombre de espíritu generoso y avasallador, como su conocimiento, y dado a la claridad. Escucharlo es atender a un curso intensivo de sensibilidad, tanto que uno quisiera que hablara hasta el infinito.

Ayer el mundo celebraba el 256 aniversario del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart, y al preguntarle qué es lo primero que le sugiere este compositor, don Ernesto responde: “Siempre ha quedado en el aire la pregunta: ¿si Mozart hubiera vivido más años, habría seguido produciendo maravillas como las que hizo o ya estaba agotado? Tuvo el genio prematuro, siempre se sostuvo en él y su producción es muy vasta. Me atrevo a decir que, probablemente, ya no le quedaban muchas cosas más por decir. Tal vez es una tontería lo que digo, pero es una suposición. Las cosas fueron así y no podemos hacer nada en contra”.

Don Ernesto recibió ayer en la noche la Medalla Mozart en la categoría de promoción, preservación y difusión de la música académica. En la ceremonia celebrada en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario también se entregaron medallas en la categoría de mérito y trayectoria al flautista Rubén Islas y al chelista Guillermo Helguera, y como mejor intérprete a la pianista Eva María Zuk.

Para el autor de obras como Don Quijote, la sinrazón sospechosa y Las controversias de la fe, si algo distingue a Mozart es la alta calidad de su obra. “Lo que dejó es maravilloso, es incomparable porque hay un nivel altísimo en casi todas su composiciones. En la mayoría de los grandes músicos, y de los artistas en general, suele haber alturas y llanuras, pero en Mozart hay una altura con cosas extraordinarias, muy sostenida, a mi juicio. El propio Beethoven, que es otro genio maravilloso, tiene algunas cosas débiles; en Mozart, en todo caso, esas debilidades son menos acentuadas. Que me hayan distinguido con esta presea… no lo quiero ni creer del gusto que me da porque es uno de mis músicos consentidos. En el arte, y en todo, uno tiene preferidos, y desde luego Mozart es uno de mis gallos. Por fortuna tengo la obra completa de Mozart, la conozco casi toda.

¿Cómo llegó usted a la música?

Mi papá era un amante de la música y de la cultura en general. Cuando éramos chicos tenía una técnica muy inteligente para hacernos oír buena música. Después de cenar siempre era un ritual ir a un cuarto pequeño donde estaba la discoteca —que entonces era de discos rompibles de 78 revoluciones— y nos decía: van a oír tal cosa. Pero nunca lo imponía como un castigo o una tarea enojosa, no. Si nos dormíamos, nos salíamos o nos aburríamos, nunca nos decía nada. Y así nos fomentó el gusto a oír buena música.

¿Cuál cree que es la función de la música en la sociedad actual?

La primera es melificar, dulcificar al ser humano. Hasta los peores criminales, los más abyectos, la gente más deshonesta y todo, en algún rinconcito tienen algo que vibra al unísono con alguna obra musical. Yo creo que, en general, el ser humano tiende a ser bueno, todos tenemos los peores defectos del mundo y capacidades hasta para asesinar —todo ser humano, por bueno que sea, hasta los santos—, pero la música saca lo mejor del hombre —y el arte en general—, hace que salga a la superficie.

¿Qué tiene de particular la música para lograr este efecto?

La música, particularmente, porque no tiene la frontera que tiene la literatura, que es el idioma. Por eso la música ha sido llamada, muy justamente, idioma universal. Y tiene otra ventaja más: es de libre asociación. Si estamos oyendo, por ejemplo, “La niña de los cabellos de lino”, de Debussy, para usted puede sonar a una novia que tuvo y que quiso mucho y yo me puedo acordar de una circunstancia de mi vida o de un amigo con quien la oí por primera vez o algo por el estilo, y una tercera persona puede simplemente oír aquello como una cosa nostálgica, romántica, evocadora… Eso le da una penetración maravillosa al arte musical.

Y la música se asocia mucho al amor…

Bueno, a mí me gusta mucho el romanticismo y en él encontramos músicos verdaderamente extraordinarios, como Schubert, que es de los grandes genios de la música, pero murió de 31 años. Mozart murió de 35, prematuramente, pero Schubert de 31… Fue un enamorado perpetuo y nadie lo pelaba al pobre, nadie… Era pobre, era feo, era torpe para hablar, pero era un genio en la música. Cuando yo estuve en Viena muy emocionado fui a la cervecería donde él vivía a base de sus lieder: componía y le daban su salchicha y su tarro de cerveza, de ahí que tiene más de 600 canciones. Para mí es un músico fundamental. César Franck es otro músicos que me conmovió muchísimo, sobre todo en mi adolescencia, y Wagner, que es el apogeo del romanticismo, es como alma mater.

¿Y Mozart?

Mozart tiene un poco de todo, es barroco, desde luego, rococó, pero tiene muchas cosas muy románticas, con una fecundidad melódica pasmosa, como Tchaikovski, como Verdi. Hay músicos secos en el terreno melódico, grandes músicos. Pero, por ejemplo, Bruckner es músico extraordinario, pero cuando se le ocurría una melodía, que era muy raras veces, la explotaba hasta sus últimas consecuencias y a veces se pasaba. Mahler es otro músico que aunque no se clasifica como romántico, tiene un alma romántica en muchos momentos. Romántico es un marbete que se pone a una época determinada de la historia del arte, y yo digo que eso no es correcto. Yo creo que romántico es una actitud espiritual, y emocional sobre todo, que todos tenemos en mayor o menor medida.

Milenio.com

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