Jesus Cristo en el contexto de su tiempo.
En los tiempos en que el pueblo hebreo sufría la invasión y el yugo del imperio Romano, las condiciones objetivas estaban ya maduras para la aparición del Mesías anunciado por los profetas antiguos de Israel.
¿Era Jesús de Nazaret aquel Mesías tan esperado y anhelado por el pueblo Judío y sus profetas, la respuesta a aquélla promesa de redención, con la que soñaban? ¿Y seria plenamente colmada y vendría a cumplirse de manera plena, en aquel Jehoshua? a quien llamamos Jesús, por haber helenizado su nombre. Y los sectores Judíos que entonces ejercían el poder sacerdotal ¿que pensaban?, pues a la luz de las sagradas escrituras podemos decir que les despertaba animadversión, ya comentaremos porque.
Cabe señalar que de las enseñanzas y misión espiritual de Jesús Cristo, nacería la más grande religión de occidente: lo que conocemos como Cristianismo. La cual, actualmente, es practicada por más de dos millones de seres humanos.
Al conmemorar la pasión de Jesús Cristo, es necesario destacar que su obra espiritual, su misión sagrada, dio origen a una nueva moral, cuya profunda onda expansiva vendría a desembocar en la redención humana, transformando el mundo antiguo mediante esa su visión de luz, basada en la tradición espiritual de las civilizaciones de aquella época, las cuales se encontraban minadas por el caos y por las pasiones humanas. Circunstancias que se sentían y expresaban en aquélla invasión a que estaba sujeto el pueblo de Israel por parte del imperio de la Roma pagana. Así como por los excesos, la egolatría y tiranía de su lacayo, Herodes. Y por aquellas circunstancias que resultarían particularmente importantes, consistente en que la clase sacerdotal Judía, quien ejercía el poder religioso en Judea, se sentía amenazada por la popularidad, los milagros, las sanaciones, pero fundamentalmente por las enseñanzas y postulados morales que apuntalaba y defendía Jesús Cristo; en tanto que para aquellos doctores de la ley Mosaica, esos principios y practicas minaban las bases de su poder y atacaban sus mezquinos intereses.
Aunado a ello, y para redondear ese contexto de caos sociopolítico que afectaba a Judea: dramáticamente, se daba la encarnación del Verbo Creador de aquel nuevo ser que vendría a Reinar entre los hombres de buena fe, y a realizar el anhelo mesiánico prevaleciente en Israel, y en un ambiente donde campeaba: la frustración, el odio, el rencor del pueblo y una animosidad desesperada de la clase sacerdotal Judía, por la necesidad de que se cumpliera la mayor promesa y visión de sus profetas; el de la aparición de un líder social y político que emulara las victorias y glorias de Israel como ya lo habían realizado David y Salomón.
Esa clase sacerdotal y ese pueblo de Israel tan fervientes seguidores de las profecías, se encontraban en espera de aquel Mesías que viniese a redimirlos de la opresión y de todos los males que representaba el imperio Romano, al cual se encontraban sujetos por una injusta y brutal ocupación. Así, como ya decíamos, esperaban, ansiosamente, un Mesías de gloria y no aquel ser que vendría a constituir el Cristo de los dolores, que nada significaba, políticamente, para su sueño de liberación nacional.
Así, en aquellos tiempos, en la tierra de Judea, estaban maduras las condiciones sociales, religiosas y políticas, para que el Verbo Solar enviara a su Hijo, en su misión de amor divino, por el cual redimiría a todos los hombres y sus almas. Y cuya misión viniese a ser el constructor del “Reino de Dios” manifestándolo en la tierra, mediante la manera de vivir, obrar y sentir su luz; señalando a la humanidad, el camino de la tolerancia, la belleza, la fraternidad y el amor que todo lo conecta y libera.
Y ese verbo divino lo vendría a expresar Jesús Cristo, en esas sus palabras que son símbolos grandiosos de sabiduría, mediante las cuales se brindan las claves profundas del camino que lleva a la verdad interna que subyace en cada ser humano.
Jesús Cristo, con sus enseñanzas y obras, vino hacer a la humanidad, una invitación para que entendiera y buscara en sus palabras las claves del misterio que es la vida verdadera; las cuales solo serán captadas e interpretadas por quienes se atreven a y anhelan la verdad suprema.
Es de comentar también, que los antiguos poetas de Roma, como Virgilio; los magos de Persia y las antiguas tradiciones iniciaticas como aquellas que sostenían los Esenios, esperaban que viniese ese nuevo rey del espíritu, para redimir la humanidad, y que fuese comprendido por todos, por los pequeños, los humildes y los pobres.
Así pues, consideramos, que en aquellos tiempos de caos y de injusticias, vendría Jesucristo, para abrir las puertas de la salvación de la Humanidad, no por el poder de la espada, sino por el inefable mensaje del amor fraternal, generando una profunda revolución de la conciencia colectiva, que ha perdurado y prevalecerá; así lo estimo, por todo los tiempos del porvenir.
Consideramos, que el Padre celestial, atendiendo tan incesantes clamores, envió su amado hijo, encarnando su maravillosa fuerza divina en un ser humano que viniese a indicar el camino hacia Él, el Eterno, como la senda verdadera para alcanzar la vivida conciencia de Unidad que somos con el Padre.
De esta manera, el supremo relámpago de vida infundido por el Verbo Solar se manifestó en un
ser sublime: Jesús Cristo. Y así, Jesús Cristo, “El hijo del Hombre”, como se dice que a si mismo se nombraba, devino en “El Hijo de Dios”, por un acto de voluntad acorde con la divina.
De esa conjunción resultaría un cambio revolucionario de la conciencia humana. “Amaos los unos a los otros”, es la enseñanza en donde se encuentra la esencia de la misión Cristica de Jesús.
Sin embrago Jesús Cristo, a los ojos y visón de las clases política y sacerdotal de aquella época, no correspondía, de ninguna manera, a la expresión de aquel profetismo que dibujaba el Mesías, bajo los aspecto de héroe nacional, de un justo, de un hijo de Dos Vivo, que viniese a restaurar la gloria y la vida nacional de Israel. ¿Como podría hacerlo, un protector de los humildes y los parias, un curandero?.
Por ello. Para la clase política y sacerdotal de Israel, la cosmovisión de Jesús Cristo era inaceptable. Seguramente pensaban que ese Galileo, no podría encarnar el anhelo de su Mesías cercano al poder terrenal, mediante el cual, Israel, podría ser rescatado de sus infortunios, reconstruyendo sus antiguas glorias. Sin duda, ese Galileo no era el Mesías que tanto esperaban.
Nos viene a la mente, que tocar el tema de la misión del Cristo, por su profundidad y trascendencia, quizás desate polémicas, cuando es abordado desde una perspectiva extraña a la visión de la jerarquía que dirige los destinos de las religiones implicadas.
Sin embargo, quizás ahora como siempre, solo cabe comentar que lo unico real es el amor. El amor de Cristo Jesús.