En el caso de Ray Bradbury, que esta semana nos ha dejado para partir rumbo a Marte, su influencia en las películas ha sido y es extremadamente sutil, como ocurre con Lovecraft, por ejemplo, que no ha gozado de ninguna adaptación al cine realmente memorable -a excepción de Reanimator (Stuart Gordon, 1985), quizás-, y sin embargo ha impregnado con su huella multitud de producciones que no llevan su nombre en los títulos de créditos pero sí en su ADN (el cine de John Carpenter y el de Guillermo del Toro, son, probablemente, los ejemplos más palpables). Cierto, tenemos la adaptación que Truffaut realizara de Fahrenheit 451, (Francois Truffaut, 1966) o esa precursora de cuantas monster-movies vinieron después que es El monstruo de tiempos remotos (Eugène Louiré, 1953), o incluso una rareza española como el cortometraje El marciano(Francisco Montolío, 1965); pero donde yo creo que la sombra de Bradbury se hace realmente alargada es en las llamadas adaptaciones no oficiales (u oficiosas), es decir, en aquellas películas que, sin mentar directamente al maestro, encuentran su eco en algunos de sus títulos menos populares, o, digamos, menos emblemáticos.
No hace mucho veía Take Shelter (Jeff Nichols, 2011), una de esas producciones norteamericanas independientes condenadas a dejarse querer en los festivales y a encontrar un público más bien reducido en las salas comerciales, e incluso en otras ventanas como Internet. La película de Nichols cuenta la historia de Curtis, obrero de Ohio que, de la noche a la mañana, comienza a soñar poderosamente con el fin del mundo, sin poder distinguir del todo hasta qué punto se le está siendo revelado un verdadero Apocalipsis o si sencillamente Curtis ha heredado una antigua enfermedad familiar. Mientras asistía a esta pesadilla rural elegantemente filmada e interpretada, no podía dejar de pensar en La última noche del mundo, aquel relato de Brabdbury (apenas unas pocas páginas), contenido en El hombre ilustrado, en el que la humanidad entera parecía soñar simultáneamente con su propio fin, al tiempo que lo aceptaba con una resignación dulce y apagada. Ignoro si Jeff Nichols conoce el cuento, o si, sin haberlo leído, ha llegado a él por otros medios, pero en el fondo eso es lo de menos: Take Shelter recoge del viejo Ray esa concepción de la humanidad como un ente único que sólo apelando a su unidad puede hacer frente a lo ominoso (cuando todavía entonces la amenaza provenía invariablemente del exterior). Como en el cuento de Bradbury, en la película de Nichols el elemento fantástico no tiene necesariamente un cariz positivo o negativo. Simplemente es, y simplemente ocurre.
Este es el triunfo de los grandes como Bradbury. Su legado permanece no porque los estudios paguen grandes sumas de dinero por los derechos de sus posibles adaptaciones, sino porque han sabido significarse de una manera tan personal que, haga lo que se haga después, todo remite a ellos. No tenemos una adaptación de La última noche del mundo, pero tenemos Take Shelter, del mismo que El carnaval de las tinieblas pervive, más que en la versión de Jack Clayton (correcta, después de todo) en el mejor terror juvenil que ha venido después; en el Stephen King de It, por ejemplo. Es un privilegio reservado sólo a los que han escrito no para alcanzar la inmortalidad, sino para hacer más llevadera su estancia aquí. La suya y la nuestra.
Sin embargo.mx