La crisis financiera europea de dimensiones internacionales ha causado problemas no solo de orden económico sino político, pues ante su peligrosidad y magnitud ya han caído los gobiernos de dos de los miembros de la Comunidad Económica Europea. Ha sido tal el tamaño de las deudas públicas contraídas por Grecia e Italia, así como tan inadecuado su manejo, que el consorcio de naciones no tuvo otra alternativa que imponer drásticas medidas económicas y políticas a esos países endeudados. El resultado ha sido la dimisión de los primeros ministros griego e italiano, Giorgos Papandreou y Silvio Berlusconi, lo que abre el camino para que los nuevos líderes que los sustituyan se ciñan a la política financiera impuesta por la Unión Europea, y rescaten del colapso a sus pueblos.
Otros países como España y Portugal también se hallan en aprietos financieros, padeciendo severos problemas por el enorme gasto del aparato gubernamental y la falta de empleos y oportunidades de bienestar para las nuevas generaciones de jóvenes. Producto de esa aguda situación socioeconómica surgió en España meses atrás un movimiento de inconformidad social autodenominado “Los Indignados” mediante el cual miles de españoles salieron a las calles para tomar los principales espacios públicos en protesta contra la insensibilidad mostrada por las élites gobernantes y el régimen político-económico frente a las demandas de trabajo, educación, salud, vivienda y seguridad social del pueblo ibérico. En las recientes semanas de forma espontánea ese movimiento de indignación se ha internacionalizado al manifestarse en países como Inglaterra, Italia y los Estados Unidos, demostrando que la evidente incapacidad de los gobiernos para satisfacer las necesidades derivadas de la expansión demográfica, es hoy una característica constante en todo el orbe.
Estados Unidos tampoco pasa por un buen momento, pues además de las extremas decisiones que en verano tuvo que tomar el Congreso, para recapitalizar al país y evitar así su quiebra financiera por insolvencia frente al cumplimiento de sus compromisos, sufre una marcada recesión que ha colocado sus índices de desempleo y pobreza entre los mayores niveles de su historia. Como consecuencia de ello en Nueva York y otras ciudades estadounidenses han comenzado a realizarse manifestaciones civiles de indignación y reclamo hacia las autoridades gubernamentales. Por su parte el gobierno de Gran Bretaña tuvo que sofocar disturbios populares generados por cientos de jóvenes estudiantes, quienes semanas atrás protestaron ante el incremento en los costos de la educación.
Mientras esa inestabilidad que ahora arrastra a algunas de las economías más desarrolladas de Europa y América no parece tener fin, las principales bolsas de valores del mundo abren y cierran sus jornadas con frecuentes pérdidas, en medio de la confusión e incertidumbre. La actual circunstancia internacional pareciera ser una amarga pesadilla de la que aún se desconoce el desenlace. A México los efectos de la tormenta financiera transnacional no le han pasado desapercibidos, ya que en los últimos dos meses el peso se devaluó frente al dólar estadounidense aproximadamente un 13%. De la pobreza y el desempleo ni hablar, son ancestrales… crónicos.
Bajo tal escenario es previsible que en los siguientes días se den a conocer más nombres de países europeos a los que se les tendría que rescatar de la vorágine financiera; por lo pronto Portugal y España parecen estar en la antesala de ajustes radicales para salvar esta compleja situación, que a juicio de algunos analistas puede marcar un parteaguas para el replanteamiento de la economía internacional. Hay quienes se preguntan si el actual modelo económico, fundado en las bases del capitalismo liberal, aún es vigente como medio para generar y distribuir satisfactores y riqueza a las naciones; o si resulta inoperante y se requiere adoptar una nueva filosofía económica mundial.
Es absurdo desaparecer a la libre empresa y la economía de mercado; lo que las actuales circunstancias hacen imperioso es que las naciones del mundo cuenten con gobiernos menos obesos, más eficientes y cuyas políticas socioeconómicas sean de verdadero impacto. Pero también resulta imprescindible que el capitalismo contemporáneo adopte una auténtica filosofía de responsabilidad social, mediante la cual las empresas estén conscientes de que su deber es actuar solidariamente junto con los gobiernos, como entes socialmente corresponsables del bienestar y desarrollo de sus pueblos.
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