Vacuna contra la indignación

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La fórmula les ha funcionado hasta ahora. Los dictadores, ahora sin chamba, de los países árabes del norte de Africa, los operadores de ajustes económicos como los de Grecia o los de España darían sus evanescentes reinos por comprársela: la vacuna mexicana contra la indignación.

 

No es que en México no haya indignados. Los hay y muchos. El ejemplo más reciente es el de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico aglutinadas en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza Javier Sicilia. O los pueblos indios y no indios afectados por los grandes proyectos de minería a cielo abierto. O los despedidos del SME, o los muchachos que se quedan sin opciones de educación superior. Pero han desarrollado una estrategia para ponerlos en cuarentena social y evitar cualquier contagio.

 

Dicha estrategia la despliegan las cúpulas de los poderes económico, político, mediático  y la jerarquía católica.  No es que se pongan explícitamente de acuerdo en ella: tal es su convergencia de intereses que sus acciones confluyen siempre en lo mismo: conformar una masa social amorfa, inerte, moldeable, tibia y timorata. Emplean, entre otros los siguientes medios:

 

La clasemedierización mental de la población. Ya se ha dicho en varios estudios que la gran mayoría de los habitantes de este país se siente de clase media. Aquí no es importante si posee o no medios de producción, o su posición en el proceso de trabajo, ni el volumen y la calidad de su consumo. La clase media definida  únicamente por su rechazo en bloque a la política y sus expectativas de consumo: se ubica ahí todo potencial comprador de “tiempo aire” y espectador de los “reality shows” de la tarde-noche del domingo. Las cúpulas, sin leer al genial E. P. Thompson, intuyen que las clases sociales no son cosas, ni amontonamientos de individuos, sino un acontecimiento. Y hacen todo lo posible para que ese acontecimiento, el pasar de individuos pasivos, de simples consumidores a sujetos, no se produzca. Cualquier acción colectiva no institucional la hacen aparecer como amenaza inmediata a los niveles de consumo y de bienestar, así sean precarios.

 

La expulsión hacia los márgenes de los movimientos sociales: a las movilizaciones de diferentes grupos sociales que pueden servir de motor de arranque de la indignación nacional se les busca desligar de sus bases sociales, de los consensos masivos. El caso más reciente es el del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.  Dado que por su causa de origen,  legítima e inobjetable, no se le puede tachar de radical, se le etiqueta por sus acciones: tomar las calles y las carreteras, proferir “malas palabras”. Si en él han confluido muy plurales corrientes sociales y políticas, se busca, no obstante, tacharlo de izquierdista porque se reunió con las bases zapatistas. O porque “critica al Presidente” y por lo tanto, es manipulado por AMLO. Por si nada de esto funcionara, emplean el argumento nunca probado de que son gente amargada, que sólo quiere la venganza, etc. etc. Así pues, no importa que la causa y la base social de un movimiento sean  justas y mayoritarias, o más bien precisamente por eso, se busca presentarlos como marginales, radicales, irresponsables, como un peligro para la buena conciencia de esa inmensa clase media conformada con este país.

 

La minimización mediática:   la última vuelta de tuerca de las medidas profilácticas. A un movimiento le dan cobertura los grandes medios electrónicos sólo mientras se mantenga en el umbral de la no peligrosidad, del no contagio. Pero en cuanto muestra mayor poder de convocatoria y legitimidad ante las mayorías, deja de ser nota y se le niega el acceso a tiempos televisivos. Sabiendo que si no sucede en Televisa o en TV Azteca, de plano no sucede, se construye la percepción de que el movimiento se ha debilitado.

 

Así, el Estado, los oligopolios, los liderazgos charros, las cúpulas eclesiásticas, logran encapsular la indignación de  los grupos con causa y potencial impacto mayoritario, como las mujeres que reclaman no se les penalice por decidir sobre su cuerpo,  los indígenas que defienden sus recursos naturales,  las y los trabajadores que exigen democracia sindical,   las y los usuarios de teléfonos y energía eléctrica que reclaman tarifas justas.

 

 Del magma que, según Castoriadis es la sociedad: incandescente, fluído, efervescente, pletórico de reacciones y de explosiones, los que dominan este país han logrado hacer un lodo inerte, dúctil, amorfo, donde la máxima acción permitida sea la que quepa en los moldes de la “Iniciativa México”. Al condenar todo lo que aquí se mueve como “un peligro para la Nación” están logrando conformar lo único que sí resulta un peligro real: una población apática, manipulada, resignada, pasiva, vacunada contra la indignación.

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