Alfonso Mitre, psiquiatra, recibe una encomienda: presentar, para una investigación estadística, expedientes de casos extremos de violencia familiar. Los datos deberán buscarse en la nota roja periodística, en las historias de reos de una penitenciaría y entre los mismos pacientes de Mitre. Una violencia, dicho sea de paso, donde no es fácil nombrar culpables o inocentes. El resultado es un desfile alucinante de situaciones intensas que padecen, de manera vívida lo vemos, los diversos personajes: el director de la penitenciaría, una mujer convicta por asesinar a sus propios hijos, la amante del psiquiatra, un paciente del mismo… todos vistos desde el interior de sus historias, muchas veces dolorosas, presentadas siempre como un cuestionamiento permanente a los estereotipos del amor, la justicia y la libertad.
La historia se desarrolla en Ciudad Juárez, durante los años en que se encontraban presos algunos presuntos —y tristemente célebres— feminicidas. Los implicados son vistos de manera inusual por esta novela del chihuahuense Alfredo Espinoza, autor de una veintena y más de libros, entre los que destacan el poemario Tatuar el humo y las novelas Infierno grande y Obra negra.
Mitre termina siendo un protagonista que, paulatinamente, se ve transformado por las historias que observa y con las que convive hasta la intimidad y la complicidad. El desenlace es una consecuencia extrema y sorpresiva de ese conocimiento humano que comenzó como una simple investigación estadística. Tampoco el lector podrá salir impune.
Nos corresponde hoy la presentación de Territorios impunes, la novela más reciente de Alfredo Espinosa.
Como quizá lo sabe la mayoría de los aquí presentes, Alfredo Espinosa nació en Delicias, Chihuahua y ha vivido en esta capital desde hace muchos años, donde ejerce la profesión de psiquiatra, además de escribir con una disciplina y constancia que no caracteriza a muchos autores del estado. Con sus más de 20 títulos abarca los géneros de poesía, novela, ensayo, antología y más.
El primer libro publicado, hasta donde creo saber, fue un poemario en 1985: El corazón a mi piel untado. Pronto se vio reuniendo fuerzas con Rubén Mejía e hicieron la Muestra de poesía chihuahuense en 1988. Antes, en 1987, había incursionado en el ensayo con Chicanos, pachucos y cholos, impreso por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Pero la lista es larga y no es pertinente enumerarla sino de manera parcial, además de que a los libros habríamos de sumar los artículos, las conferencias, entrevistas, etc.
Además, estamos aquí para charlar sobre Territorios impunes. Parecería un poco fuera de lugar que un autor con tal presencia en esta ciudad sea presentado por un lector juarense. Pues, ¿qué puedo yo contarles sobre un escritor que tienen aquí de manera permanente, que forma parte del ambiente literario chihuahuense capitalino y cuenta con una trayectoria notable. Su creciente producción y el cúmulo de premios merecidos mantienen a Espinosa lo bastante expuesto como para que esta comunidad literaria —autores y lectores capitalinos— tengan mejor conocimiento de él y de su obra que un casi extranjero, habitante de la desértica y distante Ciudad Juárez.
Presumo, sin embargo, que me valdrán un par de ventajas para estar aquí, para gozar de la compañía de Alfredo y la de todos ustedes en esta celebración del esfuerzo literario llevado a término. Estas ventajas son, en primer lugar, la honrosa invitación personal del autor, cuya confianza me halaga, con la amistad y la complicidad poética que implica estar aquí y ahora congregados. La segunda ventaja es la suerte de haber sido el editor de la obra, y eso significa disfrutar la primicia, antes que la mayoría de ustedes, de leerla varias veces.
Aquí aprovecho para decir lo siguiente: Territorios impunes inaugura la “Serie Creación” de una colección que lleva algunos años publicándose en la UACJ: la Colección In Extenso, con más de diez títulos dedicados a ensayo crítico —en la llamada “Serie Crítica”—. Con esta novela pretendemos incluir textos literarios, así que es el número uno de la “Serie Creación”. Espinosa es, no lo vamos a olvidar, quien inaugura con su novela el camino a un espacio abierto, en las publicaciones universitarias, a la escritura artística.
A la Subdirección de Publicaciones, dependiente de la Dirección General de Difusión Cultural y Divulgación Científica de la UACJ, suelen llegar más que nada investigaciones académicas, tesis de grado. Cuando, como en este caso, los editores nos ocupamos de un trabajo literario, experimentamos una emoción ambigua: la literatura representa una responsabilidad especial pues, en rigor, nada se puede modificar en esta clase de obras, y entonces debemos trabajar la corrección con extremo cuidado y respeto. Sin embargo, todo escritor tendrá descuidos, dedazos… entonces, la otra parte de esa emoción ambigua consiste en el placer de contribuir, al menos en una mínima proporción, para hacer más perfecta esa obra de arte, como si fuésemos coautores: a un tiempo tomamos el placer estético de la lectura y, de simples correctores, ascendemos al nivel de casi creadores, aunque eso es nada más que una sensación íntima y fugaz, un juego del espíritu que nunca revelamos. Esto sucede especialmente cuando intuimos que el texto llevado a nuestras manos por el azar alcanza el estado de arte, con independencia de si tendrá fortuna “en los mercados grandes de la palabra”, que dice Silvio Rodríguez.
También se puede suponer, en descargo de quienes escriben, que quien corrige sustituye los errores del autor por los propios.
Me confieso un lector despistado: al principio, la novela no me despertaba mayor interés, pero avanzados cuatro capítulos, comprendí que debía recomenzar con mejor atención: desde el inicio hay claves importantes y, sobre todo, el extremo de la madeja que nos irá guiando de manera eficaz por la comprensión de un mundo crudo, realista de una manera que no satisfará la noción de realidad que vemos reproducida en los noticieros ni en los discursos de ideologías dominantes, llámense políticos, religiosos, morales.
Pero hay más de una madeja que desenredar, más de una historia interesante e intensa que nos invita a investigar, pensar, tomar partido. No será sencilla la opción, si esperamos encontrar personajes buenos o malos. Como lectores, nos veremos envueltos en muchas situaciones extremas y seremos testigos de cosas que quisiéramos no haber presenciado; habrá casos donde seremos cómplices, pues vamos a simpatizar con alguien que hiere o lastima porque la víctima es peor que el victimario. A veces, mientras leía yo me creí un personaje obsceno (esto es, fuera de escena), digamos un confidente de la Hiena, esa mujer cuyo crimen terrible fue inspirado por un arrebato místico; tal vez estuve también entre los hierros viejos del yonke donde Mitre vive un encuentro con su padre: encuentro nada agradable y sin embargo vital para el protagonista: a quien va a reconocer allí, es a sí mismo.
He aquí otra clave para la lectura de esta novela, que menciono sin traicionar datos ocultos reservados al lector: la búsqueda del protagonista, doctor Mitre, quien estudia hechos y mentalidades violentos, se convierte en indagatoria íntima, en un viaje a pasadizos olvidados de la propia psique.
Entre los personajes fascinantes de Territorios impunes, quien más me inquieta es uno cuyo nombre no puedo pronunciar, porque forma parte de los secretos que descubrirá quien decida aventurarse en la lectura. Si lo revelara, perdería un poco su valor sorpresivo, porque surge de un sitio insospechado, se anuncia de modo vago e intrigante. Esta mujer enigmática representa la cumbre sensorial, el erotismo extremo que nos proponen estas páginas. Tengo que aludir a ella, sin embargo, porque a través de su paso por las páginas comprendemos las perversiones íntimas, tanto de los hombres y mujeres de ficción como de los lectores, condenados a una transformación insospechada o a un autodescubrimiento por la magia de las letras y las vivencias que nos relata Alfredo Espinosa.
Para que una novela resulte interesante y rica es necesaria la confluencia de varias historias dentro de ella. De lo contrario, tendremos un relato llano, sin complicaciones. En la arquitectura de Territorios impunes hay una excelente trama de relatos, que se alternan de manera equilibrada y así ofrecen un conjunto coherente, que a simple vista parece de simple construcción. No hay tal simpleza, sino una maestría que sólo el oficio escritural y la ponderación de las adecuadas técnicas narrativas pueden generar. El resultado es, por ejemplo, la división del texto en 31 capítulos sin más encabezado que el número correspondiente. Son breves, y se logra una perfecta cohesión entre unos y otros. Así es el lector quien sale ganando, pues hay una claridad en los hechos novelados que pocos autores consiguen y que asombra verla en este universo denso, tan llenos de personajes y anécdotas de poderosa expresión.
Mucho más podría decirse —y sin duda se dirá cuando comience a circular— de esta novela, muestra de la madurez a donde ha llegado un autor joven que todavía nos reserva sorpresas y a quien, como lector, agradezco lo que nos ha ido regalando en libros no siempre fáciles, pero siempre agradecibles por su carga desafiante, por sus necesarios cuestionamientos. Gracias por escucharme y los dejo, ahora, con la palabra del autor.