Por Luis Mendoza Lara
Hace mes y medio, al calor del buen vino y momentos más dulces con mi hermosa dama, brotó de la nada una discusión con mi amigo Valentín, para nosotros trascendente, él periodista de profesión y yo un simple escribano, lector de novelas. Nunca lo había percibido tan vehemente, inclinado hacia la figura mítica para algunos, ese luchador social empecinado en la gloria, trascendiendo la historia de México.
Proclive a enderezar argumentos de índole económico, semblanteando el devenir a través de lecturas realizadas desde mi infancia, aduje que ese señor estaba muy distante del triunfo, que sus propuestas, lenguaje anacrónico y visión trasnochada del mundo no se correspondían con el tiempo presente.
Le dije, palabras más, palabras menos: El porvenir de un Estado nacional requiere más que talento; demanda un líder que sepa otear los tiempos, y no sólo contar con especialistas que de ese lado del espectro ideológico son considerados “vacas sagradas”. De hecho, las izquierdas están en declive nuevamente porque volvieron a cometer los errores de antaño: no respetar las leyes de la economía; creer que con buenos deseos y cierta, aunque magra, imaginación, pueden concretar los objetivos de política pública sin tener que pagar los desequilibrios, léase Echeverría hace cuatro décadas y recientemente Rodríguez Zapatero. Ambos truncaron el bienestar de varias generaciones.
López Obrador antagoniza con cualquiera que ose emprender reformas estructurales, desde mi punto de vista la hacendaria y laboral entre las más importantes; aunque estratégicas en el mediano y largo plazo, la energética y educativa respectivamente.
El 23 de junio, The Economist publicó un artículo: “Back To The Future”, donde resalta dos puntos medulares: (1) Que Peña Nieto, ‘telegénico’ y todo, está “rodeado de un grupo de tecnócratas salidos de las mejores universidades del mundo”; y (2) que este año debió de haber sido para la izquierda, pero su candidato detenta una personalidad mesiánica, que en todo caso debió haber recaído en el moderno socialdemócrata que es Ebrard.
Sin duda, la competencia hubiera sido más equilibrada, y aunque en esa discusión con mi paisano camarguense no salió a flote el tema de Marcelo, implícito estaba, dada la hechura del aún joven político (como lo es EPN) cuya raíz se enzarza en aquellos tecnócratas e ideólogos que un presidente logró aglutinar a finales de los 80 como el de mayor potencial humano que logró romper patrones ya en desuso.
Tan es así, que le advertí a Valentín: Peña Nieto va a ganar de calle. No tiene sombra. Regresamos al futuro.