Paquimé, la ciudad de las guacamayas

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En el estado de Chihuahua, en la margen occidental del río Casas Grandes, al sur de la población del mismo nombre, se encuentra este asentamiento prehispánico descrito por los cronistas españoles como una “gran ciudad con edificios que semejaban haberse construido por los antiguos romanos…

Hasta hace relativamente poco tiempo, el noroeste mexicano había sido tierra ignota para antropólogos y arqueólogos, al grado que tal vez no haya en América del Norte otro lugar tan desconocido. Esta inmensa extensión de desiertos, valles y montañas la compartía Paquimé con otros importantes centros de población del sur de los Estados Unidos, como Chaco y Aztec en Nuevo México, Mesa Verde en el sur de Colorado, y Snaketown en el sureste de Arizona, territorio cultural que Paul Kirchhoff bautizó como Oasisamérica.

Hacia 1958 las investigaciones desarrolladas por el doctor Charles Di Peso, con apoyo de la Fundación Amerind, permitieron establecer una cronología para el lugar, integrada por tres periodos básicos: el periodo Viejo (10000 a.C.-1060 d.C.); el periodo Medio (1060-1475), y el periodo Tardío (1475-1821).

En la región, el periodo Viejo es un largo camino de evolución cultural. Es el tiempo de la cacería y la recolección, que mantuvo a los hombres buscando su alimento a través de estas grandes extensiones por cerca de 10 000 años, hasta que empezaron a practicar los primeros cultivos, hacia el año 1000 antes de nuestra era. Más adelante, con base en una tradición de arquitectura de tierra que se desarrolló en el noroeste de México y el suroeste de los Estados Unidos, surge Paquimé, con pequeñas aldeas de cinco o más casas semisubterráneas y una casa grande, el espacio ritual, rodeado de patios y plazas. Son los tiempos en que comienza a darse el intercambio de conchas y de turquesa que los comerciantes traían de las costas del océano Pacífico y de las minas del sur de Nuevo México, respectivamente. Tiempos en que en Mesoamérica nacía el culto a Tezcatlipoca.

Posteriormente, muy temprano durante el periodo Medio, un grupo de líderes que había asumido el control del manejo del agua, y que se había emparentado a través de pactos y de alianzas matrimoniales con los sacerdotes más importantes, decidió establecer un espacio ritual que a la postre se constituiría en el centro de poder del sistema regional. El desarrollo de las técnicas agrícolas impulsó el crecimiento de la ciudad, y en un proceso que tomó cerca de trescientos años se construyó, floreció y colapsó uno de los sistemas de organización social más relevantes del noroeste de México.

Paquimé amalgamó en su vida cotidiana elementos de las culturas del norte (por ejemplo, la Hohokam, la Anazasi y la Mogollón), tales como la arquitectura de tierra, las puertas en forma de paleta y el culto a las aves, entre otros, con elementos de las culturas sureñas, en particular de los toltecas de Quetzalcóatl, como el juego de pelota.

La soberanía territorial de Paquimé dependía fundamentalmente de los recursos naturales que brindaba su entorno. Así, obtenía la sal de las áreas del desierto de dunas de Samalayuca, que constituía su límite de influencia hacia el este; del oeste, de las costas del océano Pacífico, provenía la concha para el comercio; hacia el norte estaban las minas de cobre de la región del río Gila, y hacia el sur el río Papigochi. Así, el término Paquimé, que en lengua náhuatl significa ”Casas Grandes”, se refiere tanto a la ciudad como a su área cultural específica, de modo que incluye las maravillosas pinturas rupestres del área de Samalayuca, que representan las primeras imágenes del pensamiento americano, el valle ocupado por la zona arqueológica y las cuevas con casas de las montañas, que son muestras significativas de la presencia del hombre en estos ambientes aún hoy tan hostiles.

Entre los desarrollos tecnológicos que marcaron el proceso evolutivo de Paquimé encontramos el manejo de un sistema hidráulico. El conjunto de acequias que surtía de agua corriente a la ciudad prehispánica de Paquimé inicia en el manantial conocido actualmente como el Ojo Vareleño, localizado a cinco kilómetros al norte de la ciudad. El agua era transportada a través de canales, acequias, puentes y diques. incluso en la ciudad misma había un pozo subterráneo, de donde los residentes obtenían agua durante los tiempos de asedio.

Cuando en 1560 Francisco de Ibarra exploró el valle de Casas Grandes, su cronista escribió: “encontramos caminos empedrados”, y desde entonces muchos cronistas, viajeros e investigadores han comprobado la existencia de caminos reales que cruzan las montañas de la sierra madre de Chihuahua y de Sonora, conectando no sólo a las poblaciones del sistema regional sino también al occidente con el altiplano del norte. Asimismo, hay evidencias de un sistema de comunicaciones de largo alcance a través de las cimas de las montañas más altas; se trata de construcciones circulares o de planta irregular interconectadas espacialmente, que facilitaban la comunicación por medio de espejos o de humaderas. A un costado de la ciudad de Paquimé se encuentra la más grande de estas construcciones, conocida como Cerro Moctezuma.

En la mente de los arquitectos que diseñaron y planearon la ciudad siempre estuvo presente la idea de que la función y el ambiente determinaban la forma. La ciudad satisfacía muchas demandas de sus habitantes, entre ellas el alojamiento, la preparación de alimentos, el almacenaje, la recepción, la recreación, los talleres de manufacturas, los criaderos de guacamayas y las casas de sacerdotes, curanderos, mezcaleros, comerciantes, jugadores de pelota, guerreros y líderes y soberanos.

Paquimé fue inscrita en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO porque su arquitectura de tierra es un marcador cronológico en el desarrollo de las técnicas constructivas de ese singular tipo arquitectónico; todas las residencias y espacios antes mencionados están hechos con una técnica constructiva que empleaba barro batido, vaciado en moldes de madera y colocado hilada tras hilada, una sobre otra, hasta que se alcanzaba la altura prevista.

El doctor Di Peso estableció que la ciudad fue planificada para albergar a cerca de 2 242 individuos en un total de 1 780 cuartos, los cuales estaban agregados en grupos familiares, a manera de apartamentos. Conectados por pasillos, formando un significativo patrón de organización social dentro de la ciudad, estos grupos estaban independientes unos de otros, a pesar de que los cuartos se encontraban bajo el mismo techo. Con el tiempo la población aumentó y las áreas que alguna vez fueron públicas se transformaron en habitacionales; incluso varios pasillos se clausuraron para convertirlos en alcobas.

Algunas unidades se construyeron durante las fases tempranas del periodo Medio y luego fueron fuertemente modificadas. Tal es el caso de la unidad seis, grupo familiar ubicado en la parte norte de la plaza central, que inició como un pequeño grupo de cuartos independientes y que más tarde terminó anexada a la Casa del Pozo.

La Casa del Pozo se llama así por su pozo subterráneo, el único en toda la ciudad. Es posible que en este complejo se alojaran 792 personas en un total de 330 habitaciones. Este edificio de habitaciones, bodegas, patios y plazas cerradas poseía la mayor cantidad de objetos arqueológicos especializados en la elaboración de artefactos de concha. Sus bodegas contenían millones de conchas marinas de por lo menos sesenta especies diferentes, provenientes de las costas del Golfo de California, además de una riolita pura en trozo, turquesa, sal, selenita y cobre, así como un conjunto de cincuenta vasijas provenientes de la región del río Gila, Nuevo México.

Este grupo familiar presentaba una clara evidencia de esclavitud, ya que dentro de uno de sus cuartos que se usaban como bodegas se encontró una puerta vertical que comunicaba a un cuarto colapsado, cuya altura no llegaba a un metro, el cual contenía innumerables piezas de concha y los restos de un ser humano adentro, en posición sedente, que probablemente trabajaba las piezas al momento del colapso.

Hacia el sur de la Casa de la Noria se localiza la Casa de los Cráneos, llamada así porque en uno de sus cuartos se encontró un móvil elaborado con cráneos humanos. Otro pequeño grupo familiar de un solo nivel es la Casa de los Muertos, la cual estuvo ocupada por trece habitantes. La evidencia arqueológica sugiere que estas personas fueron especialistas en los rituales de la muerte, ya que sus cuartos contenían gran cantidad de enterramientos individuales y múltiples. Conteniendo ofrendas con tambores de cerámica y otros objetos arqueológicos a manera de fetiches, estos enterramientos estaban asociados a rituales en los que se empleaban las veneradas guacamayas.

La Casa de los Hornos, en el extremo norte de la ciudad, está compuesta por un grupo de once cuartos de un solo nivel. Por la evidencia arqueológica encontrada en el lugar, se sabe que sus habitantes se dedicaban a la producción en grandes cantidades de licor de agave, denominado “sotol”, que se consumía en las fiestas agrícolas. La construcción está rodeada por cuatro hornos cónicos empotrados en el suelo que fueron empleados para quemar las cabezas de los agaves.

La Casa de las Guacamayas fue probablemente la residencia de los que el padre Sahagún llamó “mercaderes de plumas”, que en Paquimé se dedicaron a la crianza de guacamayas. Ubicada en un lugar central de la ciudad, sus entradas principales se encuentran directamente ligadas a la plaza central. En este pequeño complejo de apartamentos de un solo piso de altura aún se pueden ver los nichos o cajones en los que se criaba a los animales.

El Montículo del Pájaro ejemplifica la manera de construir edificios con plantas arquitectónicas que semejan aves o serpientes, como es el caso también del Montículo de la Serpiente, estructura única en América. El Montículo del Pájaro tiene la forma de un ave decapitada, y sus escalinatas simulan ser sus patas.

La ciudad incluye otros edificios más, como el complejo del acceso sur, el juego de pelota y la casa de dios, todos edificios muy austeros construidos con un sentido religioso, que fueron el marco para recibir a los viajeros que vinieron del sur.

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