Barrancas del Cobre se le llama a una red de enormes cañones que conforman la parte más abrupta de la Sierra Tarahumara. Entre las barrancas más importantes que aquí encontramos (entre paréntesis se anota su profundidad en metros) podemos citar a la de Urique (1 879), la de Sinforosa (1 830), la de Batopilas (1 800), la de Candameña (1 750), la del río Mayo (1 680), la de Huápoca (1 620), la de Chínipas (1 600), la del Septentrión (1 600) y la de Oteros (1 520), y esto sólo por citar las más hondas, las que rebasan al famoso Cañón del Colorado. El sistema debe su nombre a la Barranca del Cobre, un ramal de la Barranca de Urique que alcanza los 1 300 metros de hondura, y que se hizo notorio por sus minas de cobre. Estos desniveles tan marcados propician una variedad climática importante. Se ha dado el caso de que mientras está nevando en las mesetas altas de las barrancas, en sus profundidades, donde corren los ríos, hace bastante calor.
Asimismo este universo de cañadas encierra una de las más importantes biodiversidades del mundo. En su vegetación destacan los bosques de pino y encino principalmente, localizados a más de 2 000 msnm, en regiones donde cada invierno caen fuertes nevadas. Al ir descendiendo hacia lo hondo de las barrancas, la vegetación va cambiando hasta encontrarnos, hacia los 400 msnm, con plantas características de climas semitropicales y húmedos, como los mangos, las naranjas, los zálates, los zapotes y muchas otras plantas más. Esta diversidad también se presenta en la fauna, ya que abundan las especies de mamíferos, aves, reptiles, peces de agua dulce, anfibios, etcétera.
Don Diego, que a la edad de 80 años es uno de mis mejores guías en esta región, me decía que “estas barrancas se formaron cuando el mundo estaba tiernito y las piedras todavía no cuajaban”. Lo cierto es que surgieron hace unos 20 millones de años debido a los efectos secundarios del tectonismo que creó a toda la Sierra Madre Occidental, originándose profundas grietas y las magníficas barrancas que ahora vemos.
Es en las Barrancas del Cobre donde nacen aquellos ríos que luego regarán los fértiles valles de Sonora y Sinaloa: los ríos Fuerte, Mayo y Yaqui.
A la llegada de los primeros europeos a la Sierra Tarahumara, hacia finales del siglo XVI, habitaban en ella varios grupos indígenas. Actualmente, de ellos sólo sobreviven cuatro: tarahumaras (los más numerosos), los tepehuanes, los pimas y los uarojíos.
La colonización de la sierra la iniciaron los misioneros jesuitas a principios del siglo XVII. Su primera misión fue la de Santa Inés de Chínipas, establecida en 1626. Con el tiempo llegaron a fundar más de 50 misiones a todo lo largo de la sierra, antes de que fueran expulsados de ella en 1767 por órdenes del rey de España, Carlos III. Las misiones más importantes y de las cuales aún se conservan sus iglesias fueron las de Sisoguichi, Cerocahui, Norogachi, Cajurichi, Bocoyna, Guaguachique, Cuzárare y Satevó, entre otras.
Sin embargo, el impulso colonizador más fuerte lo dieron los mineros, quienes fueron descubriendo minerales importantes desde fines del siglo XVII, como Urique, Batopilas, Guaynopa, Uruachi, Chínipas, Maguarichi, Dolores, etcétera. El último arribo colonizador, al terminar el siglo pasado, fu el de los madereros, al iniciarse la explotación forestal del bosque.
Actualmente, con una red carretera creciente y la vía del ferrocarril Chihuahua al Pacífico, el mundo de las barrancas está cada vez más a la mano, y la industria turística es uno de los sectores de mayor crecimiento en la sierra. Desde el tren se pueden disfrutar las barrancas de Urique y del Septentrión, sobre todo desde la estación Divisadero, en donde se encuentran los mejores hoteles de toda la sierra. Al Divisadero ya se puede llegar por carretera pavimentada. Desde poblados como Creel (con gran oferta turística para todos los gustos), Guachochi, Madera y Divisadero, es posible llegar a apreciar y disfrutar de las muchas maravillas naturales que ofrece esta sierra, como sus barrancas, cascadas (las dos más grandes de México están en la barranca de Candameña: Piedra Volada, con 453 matros, y Basaseachi, con 246), cavernas, lagos, aguas termales y formaciones de piedra, entre lo más atractivo.
Culturalmente la sierra ofrece muchos sitios históricos, como las misiones ya mencionadas, sus sitios arqueológicos, destacando los del municipio de Madera (cuevas con casas de adobe de la cultura Paquimé), haciendas y otros. La cultura tarahumara es de las mejor conservadas de nuestro país y vale la pena conocerla con todo respeto, sobre todo sus impresionantes fiestas de Semana Santa (se recomiendan las de Arareko, Cuzárare, Basíhuare y Norogachi).
La Sierra Tarahumara es un prodigio en toda la extensión de la palabra. Disfrutemos del privilegio que tenemos de poder visitarlo y maravillarnos de toda su grandeza.