El autor de Las venas abiertas de América Latina, de 71 años, explicó que había tomado la cita del desaparecido líder sandinista nicaragüense Carlos Fonseca Amador. Y sin tener que explicarlo, en esa forma también resumía su relación con el gobierno cubano, al que criticó en 2003 por el fusilamiento de tres secuestradores y la sentencia masiva de opositores.
Al llegar a La Habana el jueves, Galeano, colaborador de La Jornada, había puesto al día su posición: “Estoy muy contento de volver a la Casa y a Cuba. A la Casa de las Américas, que es mi casa, y a Cuba porque, aunque hace años que no vengo, siento como que vuelvo sin haberme ido. Cuba siguió siempre viva dentro de mí, en mis palabras, en mis actos y en mi memoria (…) jamás oculté ninguna de mis discrepancias o mis dudas; pero tampoco oculté mi admiración por esta revolución que es un ejemplo de dignidad nacional, en un mundo donde el patriotismo es el obligado privilegio de los países ricos y poderosos, pero negado a los pequeños y pobres”.
Los cambios, bienvenidos
En 2003 Galeano estuvo entre los intelectuales, como José Saramago, que criticaron a La Habana por las ejecuciones y las sentencias. Escribió entonces que eran “noticias tristes que mucho duelen, para quienes creemos que es admirable la valentía de ese país chiquito y tan capaz de grandeza, pero también creemos que la libertad y la justicia marchan juntas o no marchan.
“En el duro camino que recorrió en tantos años, la revolución ha ido perdiendo el viento de espontaneidad y de frescura que desde el principio la empujó. Lo digo con dolor. Cuba duele.”
Hoy lo escuchaban en la Casa de las Américas escritores cubanos como Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet, Alfredo Guevara, Eusebio Leal y Pablo Armando Fernández. Todos ellos, entre otros, firmaron en 2003 una réplica a declaraciones como las de Galeano y Saramago.
La carta de los cubanos decía que aquellas críticas de amigos “entrañables” pudieron deberse a “la distancia, la desinformación y los traumas de experiencias socialistas fallidas” y se usaban en “la gran campaña que pretende aislarnos y preparar el terreno para una agresión militar de Estados Unidos (…) Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba. No se le debe juzgar por esas medidas arrancándolas de su contexto”.
Galeano precisó tiempo después que sus críticas no alteraban el fondo de su simpatía con el gobierno cubano. El jueves pasado abundó así: “No conocí en mi vida otro país tan solidario como éste, ninguna revolución tan ofrecida a los demás como ha sido y es la revolución cubana. Todo el resto son espacios de debate, de dudas que están siendo en alguna medida respondidas por este proceso de cambios que la revolución está viviendo ahora y a los cuales, quienes la queremos, damos la bienvenida”.
El autor de Memorias del fuego ganó en dos ocasiones el Premio Casa (novela, 1975 y testimonio, 1978) y también dos veces fue jurado (1981, 1989). Había estado en la isla por última vez en 1999.
Este lunes dedicó su breve discurso a la sede: “Esta casa es mi casa, la casa nuestra. Y porque así la siento y así la sé, he sido y seguiré siendo su siempre amigo”, en los términos de Fonseca. “Mil gracias por ese alimento de vitamina D. D de dignidad, que tanto nos ayuda a creer que el deber de obediencia, impuesto por los poderosos del mundo, es –puede ser– nuestra penitencia, pero no es ni puede ser nuestro destino.”
Galeano presentará aquí la edición cubana de su penúltimo título, Espejos. El premio Casa se fallará dentro de 10 días, esta vez en teatro, literatura para niños y jóvenes, literatura brasileña, literatura caribeña en francés o creol, estudios sobre latinos en Estados Unidos y estudios sobre la presencia negra en América y el Caribe.
El escritor recordó hace unos días que mandó Las venas abiertas de América Latina al concurso Casa de las Américas en 1971. Pero “aquel jurado de prestigiosas figuras de la izquierda, según supe después, consideró que el libro no era lo suficientemente serio como para recibir el premio. Era un periodo en el que todavía la izquierda confundía la seriedad con el aburrimiento. Por suerte, eso fue cambiando y en nuestros días se sabe que el mejor aliado de la izquierda es la risa”.