El pasado 18 de Diciembre se conmemoró en varios lugares del mundo el Día de Acción Global contra el Racismo y por los Derechos de los Migrantes, Refugiados y Desplazados. En Nueva York se efectuaron marchas de cientos de personas para exigir respeto a los derechos de los trabajadores extranjeros y el cese a las deportaciones masivas que lleva a cabo el gobierno estadounidense, mientras que en nuestro país algunas familias de migrantes centro y sudamericanos clausuraron de manera simbólica las oficinas del Instituto Nacional de Migración, en demanda de garantías para estas personas durante su tránsito por el territorio mexicano.
Desafortunadamente la aplicación de medidas hostiles hacia los migrantes es una práctica común en muchas regiones del planeta, principalmente en las naciones desarrolladas como los Estados Unidos y los países miembros del bloque europeo, donde son discriminados los extranjeros de origen latinoamericano, africano o asiático. También en México se han registrado casos de significativo rechazo, e incluso vejaciones, hacia las personas indocumentadas oriundas de los países de Sudamérica o América Central, que ingresan al país con la pretensión de llegar a territorio norteamericano en busca de oportunidades de trabajo. Esto último ha hecho que algunos analistas consideren a la política migratoria de nuestra nación como una especie de filtro pro-estadounidense implementado para evitar la entrada ilícita de personas en el suelo norteamericano.
En los Estados Unidos y México han causado gran polémica algunas duras medidas legislativas adoptadas durante los recientes años en materia de inmigración por los gobiernos de California, Arizona y Alabama, a grado tal de llegar a ser estigmatizadas como xenofóbicas y racistas, debido a la severidad con la que dichos ordenamientos tratan a las personas de distinto origen geográfico y racial, a las que incluso a veces se les cataloga como potenciales criminales. Por ello resulta necesario que los gobiernos de los países directa o indirectamente implicados en la problemática migratoria emprendan campañas de difusión, orientación y educación respecto a la solidaridad y tolerancia que se debe tener hacia cualquier persona. No debe ignorarse la benéfica influencia económica, social y cultural que a través de la historia han ejercido los migrantes en los países que los han recibido, así como sobre sus lugares de origen. De hecho la actual conformación sociocultural y racial de las naciones del mundo es producto de sucesivas oleadas de migraciones de conglomerados humanos efectuadas a lo largo de siglos. En el plano económico la aportación tampoco ha sido despreciable, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas, el monto actual de las remesas que los trabajadores migrantes del mundo envían cada año a sus países de origen asciende a la cantidad de 246 mil millones de dólares.
Sin duda el traslado masivo de personas de unas naciones a otras es producto de las enormes asimetrías existentes entre los países poderosos y los que se hallan en el subdesarrollo; ello permite suponer que lejos de verse al fenómeno migratorio como un problema debiera considerársele como una solución, ya que los migrantes fortalecen la economía y la cultura de los países en los que se asientan, y elevan el ingreso de los lugares de donde proceden.
En síntesis, en el marco de las conmemoraciones mundiales contra el racismo y por los derechos de los migrantes, vale la pena hacer una reflexión sobre la necesidad de que en esta materia los gobiernos y las sociedades actúen con criterios más humanistas y justos, a fin de reconocer el universal derecho de cada persona a su autodesarrollo y a la pacífica convivencia con sus semejantes.
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