Para avanzar en la construcción de un nuevo país, está demostrado históricamente por nuestro propio y doloroso pasado que estado democrático y estado laico son las inseparables caras de una misma moneda. Los lances obscenos del cardenal Juan Salvador Iñiguez y los de Norberto Rivera dejan entrever que pretenden la revancha para imponer, así sea de facto, un estado confesional en México.
Contra esa pretensión, habemos millones de mexicanos –católicos o no- que estamos por la autonomía no nada más de las múltiples instituciones que conforman el estado constitucional de derecho, sino también de la propia sociedad civil que no admite –por su pluralidad- el magisterio eclesiástico y de las no pocas organizaciones confesionales del tipo del corrupto Comité Nacional Próvida que dirige el señor Serrano Limón a los que un juez federal condenó a regresarle al erario federal 22 millones de pesos de un total de 34 que les dio Vicente Fox y que desviaron a gastos en lujosas plumas Cartier, tangas y ropa para caballeros. ¡Hágame usted el favor!
Además, el estado laico presupone un régimen de separación jurídica entre estado e iglesias (en plural) y, por supuesto la plena garantía de la libertad de las personas y los ciudadanos en relación a los poderes y el libre arbitrio para profesar una religión, o ninguna. En el fondo, la secularización de la política preconiza la separación de lo sagrado y se equivoca quien piense que indefectiblemente esto conduce a una rijosidad permanente. La historia de los estados modernos que no padecen la soberbia de jerarquías como la católica en México no se ven perturbadas en lo más mínimo por conflictos como los que aquí tenemos y padecemos.
Los recientes fallos de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) declarando constitucionales y validos en toda la república los matrimonios entre homosexuales y la posibilidad de la adopción sujeta, obviamente, a una sentencia judicial en la que se valoraran en concreto todo tipo de circunstancias, ha sido el pretexto para que el cardenal Sandoval Iñiguez y su vocero insulten y cuestionen tanto al Jefe de Gobierno del Distrito Federal como a la propia Corte, supuestamente vendida para entregar fallos obsequiosamente y con desapego a la ley.
No es la primera vez que el purpurado actúa y habla así, ya tiene su historia, además grotesca por que se conduce no como un educado clérigo, sino como un majadero capo de la droga. Su lenguaje es indigno ya no digamos de un cardenal, sino de un hombre ordinario que se conduce con urbanidad. El prelado habla y perdón a los carretoneros, con terminajos vulgares como “maricas”, olvidando que ese incomodo adjetivo deriva del nombre de la madre del fundador del cristianismo.
Sandoval Iñiguez forma parte de una derecha pedestre y parasitaria. No entiende su ministerio con la humildad que obliga y no es coherente con los mandamientos asumidos para no mentir y, desde luego, es rebelde y refractario con las leyes que no tienen apego a su estrecha visión religiosa. Se trata de una derecha amoral que lo mismo roba al erario como Serrano Limón, que defiende a pederastas del tipo de Marcial Maciel, que encarcela y se ceba con las que interrumpen legalmente el embarazo. Es una derecha divorciada de las mejores enseñanzas del cristianismo.
Afirmé que el estado laico no entraña de por si la animosidad con las instituciones públicas. Bastaría que se respetara la ley por los sacerdotes católicos del nivel que sean, que en el asunto especifico del matrimonio homosexual y la adopción se respetara el fallo de la Corte que repara agravios y hace justicia, que pone diques a la intolerancia, que da pie a liquidar los prejuicios homofóbicos y que, cada quien resuelva, de cara a sus propias convicciones religiosas, los riesgos que las mismas prevén para las conductas privadas. ¡Pero esto no lo verán mis ojos!
Pero no, el grueso de la jerarquía católica por la que ahora habla Sandoval Iñiguez, no admite que se le acote la injerencia a su poder eclesiástico. Por encima de la norma civil pretenden la supremacía del dogma y doblegan o simplemente suman a no pocos funcionarios para los cuales primero están sus convicciones confesiónales que su compromiso de respetar la constitución que protestaron cumplir, extremo en el que caen, por ejemplo, el Procurador General del a República y el Director General del Instituto Mexicano del Seguro Social.
Más allá de partidarismos, aplaudo la decisión de Marcelo Ebrard de demandar a Sandoval Iñiguez, sobre todo por que se pone al margen del oportunismo electoral que no toca ni con el pétalo de una rosa a los líderes religiosos del catolicismo, o los tolera cuando toman un partido que deja dividendos a la propia causa. No es poca cosa si nos hacemos cargo de que el Jefe aspira a la candidatura presidencial.
Por lo pronto ya esta la demanda y el cardenal tendrá que comparecer a los tribunales, como cualquier mortal así tenga en su poder la vestimenta y las joyas de un cardenal. Si no lo hace, si no se vincula al resultado jurisdiccional, quedará muy claro que se conduce al igual que un capo de la droga, con prepotencia y porfía contra la república. Entonces y solo entonces, se demostrara quienes mandan al diablo a las instituciones.