Hoy ante la crisis que arrastra al todavía poderoso euro y a la aún potente Europa, así como frente a las grandes precariedades que viven los países emergentes, y la miseria extrema de los netamente subdesarrollados, el reciente encuentro de los estrategas financieros y comerciales del mundo dejó la percepción de ser, al menos en esta última edición, un acto baladí.
Hoy ante la crisis que arrastra al todavía poderoso euro y a la aún potente Europa, así como frente a las grandes precariedades que viven los países emergentes, y la miseria extrema de los netamente subdesarrollados, el reciente encuentro de los estrategas financieros y comerciales del mundo dejó la percepción de ser, al menos en esta última edición, un acto baladí.
Si no se aplican las políticas de bienestar social y justa distribución de la riqueza, que tanto el sentido común como el supremo y universal ideal de justicia le han sugerido al hombre desde que vive en sociedad, no podrá superarse la presente coyuntura que actualmente amenaza a la estabilidad mundial haciendo inminentes la recesión económica y el riesgo de estallidos sociales en diversas naciones y continentes. Realmente el problema económico que hoy se padece en muchos estratos sociales, tanto de los países desarrollados como de las naciones menos sólidas, explica en buena medida el crecimiento del fenómeno delincuencial. La crisis material provoca crisis espiritual, cuando el hambre se endurece se ablandan los principios éticos y morales que dan fundamento a la disciplina y el orden. Mientras la satisfacción de las necesidades elementales de grandes conglomerados humanos continúe acumulando su ancestral rezago, seguirá creciendo el peligro de resquebrajamiento de la armonía, el bienestar, la seguridad y la paz que permiten la coexistencia y el funcionamiento del tejido social.
El panorama resulta complejo, hasta los Estados Unidos, la gran potencia del siglo XX, comienza a sufrir estragos financieros, mientras que las naciones hegemónicas de Europa no aciertan a encontrar un camino que rescate a la eurozona y al euro del atolladero en el que ahora están inmersos. Por ello en esta ocasión el Foro Económico Mundial ha dejado la percepción de que sirvió más como escaparate para el reencuentro y proyección de los protagonistas de la política y las finanzas internacionales, que como mecanismo cumbre orientado a impulsar las medidas eficaces para detonar a nivel global el crecimiento económico y la prosperidad. La situación que hoy vive el orbe nos lleva a la inevitable conclusión de que ahora, más que en cualquiera otra época, la política económica de todos los gobiernos del mundo deberá tener como sus ejes centrales al bienestar individual y colectivo y al desarrollo social. Por principio de elemental subsistencia cualquier estado debe tener como premisa fundamental velar por la satisfacción de las necesidades de su población.
La retórica, los pronunciamientos, las ponencias, las conferencias, los encuentros diplomáticos, los premios, las menciones honoríficas y el bello paisaje alpino suizo pronto quedarán en las memorias de lo que fue la edición 2012 del World Economic Forum, Davos, Switzerland, pero también pervivirá en el recuerdo tanto de los miles de asistentes al evento como de los millones de tele espectadores del mismo la sensación de que los líderes políticos y financieros del mundo regresarán a sus países sin una solución al enmarañado problema económico global que hoy fustiga al mundo, y con gran incertidumbre respecto al camino que deban de tomar para evitar la quiebra o el estancamiento de sus pueblos.
Una vez más, la acostumbrada rimbombancia del escaparate mundial de la economía globalizada nació, creció, se reprodujo y murió; y al final todos regresarán a casa, bajo la misma condición en que arribaron: sin soluciones al problema. Tal desenlace quizá evoque aquella tristemente célebre frase que reza: “…transitar sin pena ni gloria..”. En esta ocasión algo similar ocurrió a los líderes, estadistas y economistas asistentes al Foro Económico Mundial.
Por Carlos Jaramillo Vela