La Toltekayotl fue aceptada por casi todos los pueblos de América; ejerció influencias directas en Norteamérica, a través del calendario y conceptos teológicos, y fue muy desarrollada en el área andina, por supuesto, en términos quechuas. La Toltequidad es un producto panindoamericano que busca la universalidad. La relación entre los Anawak y el Tawantisuyu se dio en forma directa, a través de intercambio de productos, y sobre todo de ideas, e indirecta, ya que las capitales de ambos focos de civilización equidistan del ecuador, por lo cual los fenómenos astronómicos, muy importantes para esta visión del mundo, se reproducen con exactitud, a 6 meses de distancia entre un foco y otro. De esto hablaremos otro día, porque es fascinante, demuestra que las fronteras de la toltequidad no eran geográficas o políticas, sino astronómicas.
La síntesis entre espiritualidad y ciencia, al mismo tiempo que la vida en armonía con la naturaleza, con el fin de despertar el conjunto de facultades latentes del hombre, conforman la forma de ser de los toltecas. Pero la esencia tolteca va más allá de su identificación histórica con los antiguos habitantes de la ciudad de Tula, en el estado de Hidalgo, México, la llamada Xicocotitla (avispero), o la Tollan mítica e imperial de Teotihuacán, considerada por sus habitantes el centro del mundo en aquella época. Después de todo creían que era el lugar de los orígenes míticos del hombre, como resultado de un pacto con los dioses. Aquí confluían el espacio y el tiempo sagrados, pues de una cueva interior de la tierra, tal vez la que se encuentra debajo de la pirámide del Sol, habrían surgido los seres humanos, en el comienzo del tiempo, lo que se parece sorprendentemente al origen mítico de la civilización inca (ver, del mismo autor, “Ollantaytambo: ¿Una puerta secreta al inframundo?”, Año/Cero nº 164).
Sin embargo, numerosos testimonios de la época y las propias creencias toltecas sugieren que Tula, o Tollan, no se trata de un lugar físico (aunque también tuviera su representación como estado imperial), sino un origen mítico, reino o dimensión espiritual que se situaba en las cuatro direcciones del espacio, en los cuatro puntos cardinales del Universo, tan bien representados en la más que simbólica cruz, tan familiar a tantos pueblos antiguos prehispánicos, lo que sorprendió a los mismísimos cristianos al encontrarse con ella.
El antropólogo y escritor Frank Díaz, quien me ha aportado una amplia documentación sobre la esencia tolteca, explica en su obra, “Los mensajeros de la serpiente emplumada”, que “Los toltecas históricos aparecieron hace unos 5000 años. En Perú se les conoce como cultura Chavín, y en México reciben el nombre de Olmecas. Sus ideas sobre el Universo, la vida, la evolución de la conciencia y el destino del hombre fueron desarrolladas más tarde por las grandes civilizaciones de Tiahuanaco, Teotihuacan, Tenochtitlan y el Cuzco”.
La unión de la sabiduría y el arte
Estos toltecas son asociados desde el comienzo con la sabiduría y el arte, se encargan de la astronomía y de los registros del tiempo, conocen, como nadie, los secretos de las plantas y dominan la escritura, la pintura y las artes adivinatorias. También disciplinas artesanales que hacen surgir de sus hábiles manos la escultura o la arquitectura (basada en unos cálculos precisos y muy reveladores en sintonía con el Cosmos), la orfebrería, la música, la ilustración de libros y toda clase de trabajos con plumas y tejidos. Aunque por encima de todo, su conexión con el espíritu es intensa, comparable a las más importantes corrientes espirituales de todos los tiempos. Buen ejemplo es su ideario, concebido como doctrina de Quetzalcoatl, la Serpiente emplumada, divinidad suprema, personificada en una figura real e histórica, aunque muchos de sus hechos más notables se sumerjan en el mito y en la leyenda.
El hombre que encarnó estos valores, y los transmitió a infinidad de pueblos del antiguo México, fue un ser físico, la última de una larga serie de encarnaciones, llamado Ce Acatl Topiltzin Nacxitl Quetzalcoatl, o lo que vendría a ser lo mismo, “Nuestro Señor Uno Caña Cuarto Paso de la Serpiente Emplumada”. Su nacimiento, aunque con una clara y simbólica implicación astronómica, se habría producido, allá por el 14 de mayo del año 947 d. C., en Amatlán de Quetzalcoatl, pequeño pueblo del actual estado de Morelos. Su desaparición se produjo en el año 999 d. C, cerca de la costa de Coatzacoalcos, actual estado de Veracruz, incendiándose a sí mismo, para regresar cuatro años después, cuando se marchó hacia Oriente en una balsa de serpientes (o mano bordado de serpientes), prometiendo que algún día regresaría. El escritor Julio Diana, investigador de la sabiduría tolteca y autor, entre otras obras, de “Las trece profecías mayas”, destaca la importancia del regreso de la Serpiente Emplumada en los tiempos que vivimos.
Fusión de espíritu y materia
En su figura se unen al mismo tiempo la divinidad conocida como Quetzalcoatl, la escuela iniciática de los maestros de la Serpiente Emplumada y el legendario rey de Tula, que abandonó su condición real para entregarse a la búsqueda espiritual como peregrino, hasta asumir su naturaleza divina, encarnada en la Tierra.
Las creencias del culto a Quetzalcoatl, y la doctrina transmitida verbalmente por quien fue considerado su manifestación entre los hombres, conforman el conjunto de la toltequidad, porque en realidad no puede asociarse ésta a un grupo étnico determinado, sino a una forma de entender el papel del hombre en el Cosmos, entregado constantemente a la evolución como parte del proceso para conseguir la trascendencia.
El significado de la propia palabra Quetzalcoatl, como bien ha demostrado Frank Díaz, uno de los más notables investigadores de esta antigua filosofía del ser humano en busca de Dios, responde a una infinidad de conceptos. Por una parte quetzal indica “preciosidad”, “perfección”, “estado de impecabilidad” o “pluma preciosa” (equivalente, como él dice, al Espíritu Santo entre los cristianos), pero también “ciclo de tiempo” y “el acto fecundador de los animales” (asociando a la Serpiente Emplumada con el creador del Universo). Por otra, coatl significa “doble”, “gemelo”, pero también “pecado” y “dolor”, que enlaza con la parte fundamental de la doctrina tolteca consistente en el merecimiento. También es “ombligo”, de gran importancia en la concepción mesoamericana por ser el lugar donde se concentran las energías. Valga esto como muestra, porque el conjunto de definiciones es mucho más amplio en cada una de las dos palabras.
Al igual que ha ocurrido con todos los grandes maestros espirituales y avatares de la historia de la humanidad, el origen del pequeño Ce Acatl, está unido a toda clase de hechos milagrosos, que continuaron hasta el último momento de su existencia terrenal como ser mortal. Hijo adoptivo del rey de Tula, Mixcoatl, nació de las entrañas de Chimalma, una joven humilde de la que quedó prendado el poderoso monarca.
Chimalma, como la madre de Jesús, Krishna o Buda, experimentó la gracia divina que generó a un ser tan especial. En esta ocasión, mientras ella meditaba en una cueva, recibió la visita de un pez que le anunció el milagroso nacimiento de su futuro hijo, que sería la mismísima encarnación divina de la Serpiente Emplumada. Como prueba de todo lo que le deparaba el destino, el pez le entregó una cuenta de jade que Chimalma guardó en el interior de su boca. Cuando regresaba al templo, donde el rey de Tula la había dejado para que fuera adiestrada como le correspondía a la futura reina tolteca, se tragó la cuenta de jade y automáticamente quedó embarazada.
La doctrina de la Luz
Quetzalcoatl, como Siddharta Gautama Buda, tuvo que experimentar su tránsito por la vida en la corte real, cuando tras el asesinato de su padre adoptivo asumió su condición de rey de Tula, y el desencanto de la vida mundana de palacio y de las pruebas que definitivamente le condujeron a una vida de peregrinación, búsqueda de verdad y comunión mística con Dios. Esto haría posible que numerosos seguidores suyos se convirtieran en maestros y transmitieran su mensaje.
Frente a ciertas inclinaciones de oscuros sacerdotes que proclamaban la necesidad de los sacrificios humanos, Quetzalcoatl predicaba el bien y la fraternidad entre todos los hombres. “Dios es Uno”, afirmaba, lo que no tiene nada que ver con la religión politeísta que arbitrariamente se asocia de forma general con la espiritualidad mesoamericana.
También proclamaba la necesidad de ser humilde, no presumido, sobrio en cada manifestacion personal, generoso con los más necesitados. Decía que el tolteca es sabio, una lumbre, que todo lo saca de su corazón, adiestrándose siempre a sí mismo, haciendo las cosas con tranquilidad, recreándose en el conjunto de su vida, como si fuera una obra, consultándolo todo con el corazón. Explicaba a las multitudes que se acercaban a escucharle, como hizo el propio Jesús, que el maestro ha de ser luz, tea y espejo. Había que dar limosna a los hambrientos, acercarse a los niños pequeños, trabajar constantemente (porque esta actividad ennoblece a los hombres), no perder el tiempo nunca (utilizándolo siempre con los más sabios fines), ser austero y preocuparse de que los demás coman primero.
La destrucción de infinidad de valiosos documentos, causada por la conquista y las erróneas interpretaciones de ciertos cronistas, han provocado que hasta el momento no podamos comprender la verdadera dimensión espiritual y los valores ancestrales de Mesoamérica. A esto se sumaron las infames creencias, perpetuadas a lo largo de los siglos, sobre unos seres considerados bárbaros y por lo tanto incapaces de ser autores de los grandes logros que ahora empezamos a descubrir.
Basta con un ejemplo. Veamos algunas de las palabras transmitidas por Quetzalcoatl, que aparecen en los textos tradicionales llamados Wewetla’tolli o “Antiguas palabras de sabiduría”, traducidos por Frank Díaz, doctrina espiritual tan digna como cualquier otra de la historia de la humanidad: “¿Has recibido Su aliento, Su palabra? Guárdalo en tu corazón como algo secreto. Que no te aturda ni embriague ni te cause orgullo. Ya comprenderéis cómo a nada, a nadie, olvida Nuestro Señor”. “Tened paz con todos los hombres, respetad a todos y a nadie agraviéis. Por nada del mundo avergonzaréis a otro hombre. Calmaos, que digan de vosotros lo que quieran. Callaos aunque os combatan y no respondáis”.
En busca del equilibrio
Aunque existe un amplísimo legado de mensajes, la toltequidad se fundamenta en muchos otros pilares de conducta y prácticas, que con toda decisión, y en el deseo de compartir con el resto del mundo, desarrollan actualmente los toltecas, herederos de un legado milenario que definen como Kinam, que en lengua nahuatl significa “el poder del equilibrio” o “en estado de armonía” (sus enseñanzas se transmiten en www.kinam.org). Práctica universal es ésta, la de encontrar la paz, el equilibrio y la armonía, también en la frenética vida del siglo XXI, que los toltecas, como kinames, sintetizan en el viejo saludo: “que no te caigas sobre la tierra”.
Todo esto es un reflejo de una antigua escuela de disciplina mental y física que guarda notables paralelismos con lo que entendemos como yoga o artes marciales en otras culturas. Entre los propósitos de la práctica del Kinam se encuentra principalmente la conexión con el ser divino que se encuentra en nuestro interior, la esencia cósmica de la que formamos parte, desarrollando nuestra parte física, el cuerpo, equilibrando la respiración y concentrando la atención. Esto estimula la inteligencia, infinidad de facultades dormidas en la especie humana y los recuerdos, el hilo conductor que nos une a esa memoria de la humanidad en la que existen infinidad de recursos para evolucionar, constantemente, en un continuo aprendizaje. Todo ello nos conduce desde nuestra naturaleza humana y terrena (la serpiente), a la divina y celestial (el quetzal).
En el Códice Florentino se reflejaron los principios de la esencia tolteca. El primero de ellos es Topiltsin Sentrasotla, Topiltsin Sentlasotla que consiste en amar a Dios, sea cual sea la forma en que entendamos a Dios. El segundo es Kateikniu’tlani, que es tener paz con todos los seres humanos. El tercero es Amo Keketsa, fundamental para comprender la laboriosidad y el buen hacer tolteca, que consiste en “no perder el tiempo”.
El cielo y la espiral
El emblema representativo del Kinam, de la toltequidad, es un antiguo símbolo mesoamericano que aparece en el Códice Magliabecchi. Los nombres tradicionales por los que se le conoce son Nawipapalotl, “cuatro mariposas” y Atokatl, “araña de agua”, donde se funden los cinco elementos básicos de esta disciplina, como son el centro, el equilibrio, la fluidez, la complementariedad de los opuestos y los cuatro rumbos.
Hay que destacar también un símbolo importante de la toltequidad como es el caracol partido por la mitad, con sus cinco puntas (estrella de cinco puntas con la espiral en su interior). Los toltecas no podían concebir un tiempo rectilíneo, pues respondía a ciclos, en forma de espiral, tal como se puede ver en el caracol seccionado. Las cinco puntas responden a su concepción quinaria del espacio y del tiempo, que se dividían en cinco elementos y en estructuras también de cinco términos. Actualmente el proceso del Kinam se estructura en siete pasos fundamentales. Primeramente es fundamental el vínculo cultural con la toltequidad a través del conocimiento del profundo significado de la Serpiente Emplumada, de la teología tolteca y del calendario 13:20 (basado en la matemática sagrada y en la numerología nahuatl).
En segundo lugar es fundamental un compromiso serio con los principios éticos o Nawatilli. También es importante el desarrollo del camino del guerrero o Teochiwa. El cuarto paso consiste en la purificación de los vehículos de conciencia (Chipawa), que se basa en el conocimiento de los centros energéticos, el control de la respiración y ciertas teorías terapéuticas ancestrales. El quinto paso es la meditación (Teomanía), al que le siguen el trabajo de pura esencia chamánica con la energía, el nagualismo (Nawallotl) y los ejercicios físicos (Yekoatl), de los que forman parte los deportes, las artes marciales y la danza.
El espíritu tolteca responde a la dinámica de los ciclos del Tiempo. Se disolvió aparentemente en el olvido, con su persecución histórica y la muerte de millones de personas que optaron por la Luz (un curioso paralelismo también con el cristianismo) y la búsqueda de la sabiduría que propicia el conocimiento. Ahora resurge de nuevo, seguramente cuando más falta hace, para que de nuevo el equilibrio, tan propio de la naturaleza tolteca, nos conceda la paz y la armonía que necesitamos en nuestras vidas.
Por José Antonio Iniesta. Texto
tomado de Año Cero Septiembre 2004
http://www.akasico.wanadoo.es/akasico/html/carticulos/49350_2.html