Actualmente el PRD y el resto de la izquierda mexicana se encuentran frente a una dura realidad que les coloca en la disyuntiva de corregir el rumbo o ver extinguidas sus posibilidades de supervivencia política en el año 2012. En el período del 2006 al 2009 el PRD desaprovechó el poder y la popularidad política amasados, debido a la impertinencia e incapacidad de sus dirigentes, quienes que no supieron capitalizar el resultado de la anterior elección presidencial y terminaron por hacer que en el 2009 su partido tuviera un doloroso e histórico fracaso. El revanchismo perredista frente a la ratificación del triunfo de Felipe Calderón, hecha por el Tribunal Federal Electoral, cegó a los diputados y senadores de la izquierda hasta el grado de ridiculizar en el Congreso una actuación, que con un poco de mesura y visión les habría vuelto a poner en el camino rumbo a la elección presidencial del año 2012. El mesianismo y la vanidad personal de Andrés Manuel López Obrador, secundados por la clase política del perredismo, fueron la causa del desastre que hoy vive el partido del sol azteca.
En el momento actual López Obrador no tiene la capacidad para llevar al PRD a Los Pinos; ahora no es el líder que movía multitudes, porque la visceralidad y la torpeza terminaron por hacer presa de él desgastando su imagen personal y dilapidando su otrora cuantioso capital político. A consecuencia de tan vano liderazgo, así como del desperdicio de un trienio de gran presencia política en la Cámara de Diputados, en el 2010 el PRD tuvo que humillarse frente al PAN de Felipe Calderón, al que tres años atrás catalogó de espurio, para aliarse electoralmente con el objeto de ganarle al PRI al menos dos o tres gubernaturas de la docena que estuvo en juego, y que el tricolor ganó mayoritariamente.
Frente a tan severa realidad el PRD –al igual que el PAN- avizora para el 2012 un porvenir muy magro, que le deja sin esperanza de revivir la efervescencia electoral que el populismo de AMLO provocó hace cuatro años, pues el otrora líder hoy sufre un marcado desprestigio y rechazo colectivos. Es innegable que una nueva postulación del tabasqueño no le daría al PRD la Presidencia de la República, y quizá sólo serviría para aportarle algunos votos que permitirían dignificar las estadísticas, recuperar unas cuantas posiciones políticas y conservar las prerrogativas del partido.
Por lo que respecta a la posibilidad de que Marcelo Ebrard sea el candidato presidencial del PRD y del resto de la izquierda, el escenario tampoco se vislumbra favorable, habida cuenta de que el actual Jefe de Gobierno del D.F. es hechura política de López Obrador y la opinión pública lo percibe como un personaje carente de identidad propia e íntimamente ligado a la figura de AMLO. Sin duda alguna la eventual candidatura de Ebrard tampoco daría al PRD la presidencia del país.
El evidente descrédito, desgaste y desaprobación en el que se hallan inmersos el PRD y no pocos de sus principales dirigentes, son para la izquierda un pesado lastre. Es previsible que tal circunstancia obligue a este partido a buscar un candidato surgido de la sociedad, con perfil independiente y sin vínculos definidos con las corrientes internas del PRD, pero cuya imagen pueda atraer a tanto a sectores de votantes del centro como de la izquierda.
En el PRD la oferta de potenciales candidatos presidenciales con verdadero talento y cualidades convincentes es hoy más escueta que nunca. De no lograr la consolidación de una candidatura promisoria y atrayente en el 2012, el PRD tendrá que tragarse otra vez sus injurias y arrodillarse delante del también titubeante PAN, pues no le quedará otro camino que volver a pactar con este partido una alianza electoral como la del 2010, que fue un maridaje de debilidades compartidas.