La irresponsable acusación formulada al PRI por el presidente Felipe Calderón, al señalarlo como proclive a pactar con la delincuencia organizada, ha sido vista como una afrenta con trasfondo electoral. Ante la cercanía de la sucesión presidencial que habrá de definirse en Julio del año entrante es normal que los partidos políticos y sus principales representantes se lancen todo tipo de ataques con el objeto de posicionarse a costa del desprestigio de los adversarios, lo cuestionable en este caso es la circunstancia de que sea el primer mandatario quien, sin medir consecuencias, enrarezca el ambiente político emitiendo una grave declaración que ha comenzado a sembrar discordia entre los contendientes. Mal ejemplo y peor presagio los que con su desafortunado comentario Calderón ha dado a sus correligionarios y al país.
Desde el inicio de la actual administración federal Felipe Calderón ha dado claras muestras de su afán por controlar y dirigir al PAN, siendo cuestionado su proceder por algunos politólogos y analistas, ya que no es ética la actitud revelada por el mandatario al querer manejar desde Los Pinos la vida interna de su partido. El antidemocrático arribo a la dirigencia nacional del PAN por parte de Germán Martínez y César Nava, quienes impuestos por Calderón tuvieron durante sus respectivos períodos unos de los peores desempeños de que se tenga memoria, deja fiel evidencia del intervencionismo que el titular del poder ejecutivo ha querido mantener al interior de su partido.
Por si lo dicho fuera poco, la pretendida imposición del mal posicionado ex Secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, como candidato presidencial panista para el año próximo, es un ejemplo más que enseña el interés del Presidente por influir en la vida interna del panismo. Otro inequívoco indicio de la intromisión de Calderón en la agenda partidista lo constituye el criticado proceso de designación que el PAN pondrá en práctica para definir a la mayoría de los candidatos a diputados y senadores que en el 2012 contenderán por un escaño. Varias voces calificadas del blanquiazul, como el diputado Javier Corral, han manifestado su decepción frente al retroceso político que para la democracia de su partido representa tal medida.
El PAN carece de fuerza y liderazgo. Su actual dirigente nacional, el senador Gustavo Madero, no da señales de desempeñarse con luz e iniciativa propias, en ciertos grupos del mismo PAN le se le percibe como un político ayuno de destellos, al que solo lo mueve el propósito de cumplir las directrices que provienen del gobierno. En lo local el Presidente del Comité Directivo Estatal tampoco es visto como un actor al que los interlocutores políticos de los partidos le atribuyan verdadero peso y relevancia. Aunado a esto, tanto en el plano nacional como en el estado de Chihuahua el PAN se halla en franca crisis, debido a la serie de descalabros electorales que en el presente sexenio el PRI le ha propinado. De ahí provienen la desesperación y los dislates del presidente Calderón, quien ahora, como ya en otras ocasiones lo ha hecho, se entromete en la contienda electoral olvidándose que no es presidente de los militantes del PAN, sino de todos los mexicanos.
A los panistas les faltan cualidades importantes como la chispa, la vivacidad, el carisma, el talento y el empuje que distinguen a la tradicional escuela de políticos emanados del PRI; la presencia e imagen de los políticos del PAN adolece, por lo general, del ímpetu avasallador y convincente del que los exponentes del PRI saben hacer gala. El PAN y Calderón lo saben, y prevén con claridad la inexorable derrota que a manos del PRI sufrirán en el 2012; ello explica, aunque sin justificación alguna, la indebida conducta del mandatario, quien soslayando consideraciones de tipo ético, moral y hasta jurídico, se empeña a ultranza en mantener a su partido en el poder, pese a los presagios un doloroso desenlace, que a estas alturas resulta prácticamente inevitable.
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