Los motores apenas están calentando. Ya vendrán los actos inolvidables y multitudinarios. Pero hoy no hay largas filas para ingresar al recinto ubicado en el número 5 de la calle de Tacuba, frente al ahora llamado Caballito pelado, oculto en una caja de láminas y andamios.
El público paga para ingresar 15 pesos (entre semana, pues el sábado y el domingo el precio de la entrada subirá a 20), y de inmediato se pone a recorrer los pasillos, sin tumultos ni prisas.
Raquel busca algún título de Arthur Conan Doyle (1859-1930) para su hijo de secundaria que tiene ganas de conocer la versión original de las aventuras de Sherlock Holmes: “Voy a revisar precios, a mirar todas las opciones, al final decidiré”, explica y se pierde en los pasillos.
Del autor que busca hay ediciones austeras que cuestan 48 pesos, antologías en 211, “ofertas” en 149, ediciones en inglés un poco más caras, volúmenes con letra chiquita para que quepan hasta 10 historias, algunas otras ilustradas, y lo mismo sucede con varios clásicos de la literatura juvenil: Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Charles Dickens.
Fila en la puerta de la Capilla
De vez en vez, Raquel se detiene a hojear los libros de Paulo Coe-lho, Alejandro Jodorowsky, y da varias vueltas alrededor de la montaña de ejemplares de la trilogía erótica de la autora británica E.L. James, Cincuenta sombras de Grey, para mirar cuánto cuestan.
En otros rincones aguardan, muy acomodaditos, varios títulos de Alice Munro, Premio Nobel de Literatura 2013, junto a los de sus antecesores, entre ellos el escritor chino Mo Yan, el sueco Tomas Tranströmer, el peruano-español Mario Vargas Llosa, la rumana Herta Müller, el turco Orhan Pamuk y muchos del inglés Rudyard Kipling, quien obtuvo el máximo galardón a las letras en 1907.
Hay opciones, como cada año, para todos gustos y bolsillos: en la planta baja son 113 expositores y en el primer piso 73. Entre ellos, la mayoría son viejos conocidos luego de tantas ferias del libro a las que acuden en el transcurso del año. Se saludan con camaradería, se presumen sus nuevas ediciones, y algunos, si no tienen el libro que el visitante busca, recomiendan otro módulo.
A las 18:50 horas se forma una fila en la puerta de la Capilla para ingresar al homenaje que Ediciones Era rendirá al fallecido José Emilio Pacheco. Será un recital de poesía, sencillo e íntimo, con la participación del director de escena José Luis Ibáñez y la actriz Diana Bracho.
“Hoy es un día especial para Era, la casa donde José Emilio publicó la mayor parte de su obra, porque este es el primer acto después de su muerte, la cual ha hecho visible, para una gran cantidad de lectores, el enorme vacío que nos dejó. La cantidad de manifestaciones de afecto, espontáneas, de todo tipo, que se han dado en la ciudad y en el país es enorme y muy conmovedora”, señaló el editor Marcelo Uribe al inicio del homenaje.
Una persona muy generosa
Después, Ibáñez y Bracho leyeron varios de los poemas reunidos en el libro Nuevo álbum de zoología. La actriz recordó que conoció a José Emilio Pacheco cuando realizó su primera película, El castillo de la pureza, dirigida en 1972 por Arturo Ripstein, precisamente porque el poeta escribió el guion.
“José Emilio es el ser más generoso que he conocido. Cuando llevé al teatro la obra Un tranvía llamado deseo, le pedí su traducción al texto de Tennessee Williams, y me lo regaló, negándose a que le pagara por sus derechos de autor”, añadió.
El recital, integrado por una treintena de poemas, transcurrió durante una hora, entre animales de agua, aire, tierra y fuego, los favoritos del autor: medusas, peces, pájaros, moscas, rinocerontes, monos, salamandras y aves fénix.
Luego de escuchar los breves versos de El colibrí: “El colibrí es el sol, la flor del aire entre las dos tinieblas”, Uribe comentó que a Pacheco le encantaba en particular ese poema, precisamente por su capacidad de síntesis.
Los fieles lectores del poeta aplaudieron cada uno de los textos y disfrutaron el humor de El rap del salmón, que el maestro Ibáñez leyó con ese ritmo y que concluye así: “Lo más terrible es que aún me toca/ ser la comida que entra en tu boca”.
Alrededor de las 20:55 los últimos visitantes se retiraron y los expositores hicieron su corte de caja. Raquel se encamina al Metro. No se decidió por ningún libro de Doyle, pero le lleva a su hijo El viejo y el mar de Ernest Hemingway (1899-1961): “¡Y me costó 30 pesos!”, dice entusiasmada. Ya volverá el fin de semana con su muchacho, para que él elija la edición que más le guste de las aventuras de Sherlock Holmes, “al fin que esta feria apenas está empezando y hay mucho que ver”. La Jornada