“Últimamente me han preguntado si soy activista o soy periodista” –dice Marcela. “La violencia me cambió la identidad. Yo tenía la escuela de no intervenir, de no meterme, de ser siempre neutral, de no ser protagonista de nada y ahora las circunstancias obligaron a Periodistas de a pie a pedir ayuda a las organizaciones internacionales de derechos humanos, pasarles información, decirles lo que sucede en México y ahora yo ya soy otra cosa”.
A Marcela, se le otorgó en Estados Unidos un premio de derechos humanos. Lo recibió en Washington, al lado del senador Tom Harkin –luchador durante 40 años por los derechos humanos– y del embajador Milton Romani Gerner de Uruguay, quien combate el narcotráfico.
El lema del Premio WOLA (Washington Office on Latin America) es “Promoting Human Rights, Democracy and Social Justice”. WOLA lleva años denunciando ante el público estadunidense las violaciones a derechos humanos en América Latina y el mal uso de los fondos estadunidenses en nuestro continente.
WOLA apoyó a El Salvador y a Guatemala, rescató a hombres, mujeres y niños y ahora fiscaliza el Plan Colombia. En México, WOLA denunció las violaciones a los derechos humanos cometidas con fondos del Plan Mérida y sobre todo apoyó a la caravana de víctimas a Estados Unidos que encabezó el gran Javier Sicilia. Durante años, WOLA se ha preocupado y responsabilizado por los procesos de justicia en América Latina.
Marcela Turati llegó a Washington acompañada (en el pensamiento) por todos los mexicanos a los que defiende, las madres que se convierten en detectives para buscar a sus hijos desaparecidos, los huérfanos, las violadas, las comunidades indígenas que se oponen a los narcotalamontes, los laicos y los religiosos como el padre Solalinde, quien protegen a migrantes de nuestro continente en su camino al norte; los periodistas como los de la red de Periodistas de a Pie, que ella misma fundó para ayudar no sólo a las víctimas, sino para autoprotegerse contra la depresión y el desencanto; los tuiteros y blogueros que salvan vidas y honran la memoria de las víctimas, los familiares que jamás abandonan a sus hijos asesinados.
Los asistentes a la entrega del Premio WOLA se encontraron con una joven mujer de pelo largo y rizado, que desde un principio evitó el protagonismo. La oyeron hablar en inglés y en muy poco tiempo se dieron cuenta de que Marcela no se limitó a escribir, sino que se alineó al lado de las víctimas, los cinturones de miseria, la gran derrota de América Latina y para nuestra vergüenza, la gran derrota social de México.
Profundamente comprometida con los familiares, Marcela Turati es una de los muchos “periodistas amenazados” en nuestro país que se juegan la vida. Imposible olvidar que México es el país más peligroso del mundo para los periodistas. 60 mil periodistas asesinados no es una cifra menor.
Marcela Turati es egresada de la Ibero. Desde el principio sus temas fueron la pobreza, los movimientos sociales, los desastres naturales, el despojo, la pérdida total, como en el caso de los habitantes de Tlapa o La Montaña en Guerrero en los recientes huracanes. Seguramente su viaje de dos años “mochileando” por Latinoamérica con sus ahorros (después de seis años de trabajar en Reforma cubriendo temas de salud, migración y derechos humanos) la acercaron a la miseria y el “real maravilloso” del que habló Alejo Carpentier. Desde hace tres años es periodista independiente para Proceso.
“En Proceso –cuenta Marcela– empecé a cubrir el tema de las víctimas de la violencia y descubrí que no sólo puede hablarse de ellas desde la nota roja. Escribo las historias de los familiares de asesinados y desaparecidos por el narcotráfico. Es tan duro ese tema que en diciembre de 2006 fundé la red de Periodistas de a Pie, con otras amigas.
“La pobreza y la muerte siempre son el coco de los periódicos, el relleno de los domingos”. La red de Periodistas de a Pie luchó por capacitarse y ganar espacios frente a las notas de política o judiciales, a tal grado que las reporteras (cada quien en su redacción) terminaron por ser reconocidas y enviadas a Ciudad Juárez. Hablar de los desplazados, los desaparecidos, los huérfanos fue una tarea común al ver a la cantidad de gente que llegaba de Tamaulipas, Veracruz y Michoacán y pedía ayuda. “Ya no fueron suficientes los reportajes. Hicimos colectas y recibimos a los periodistas exiliados. En 2010, en nuestra marcha en el Paseo de la Reforma Los queremos vivos, cada uno de nosotros cargó una cartulina con la foto de compañeros asesinados. Ahora, en este mes de octubre, la campaña contra las golpizas de la policía a los fotógrafos y reporteros dio buenos resultados. También hacemos protocolos de seguridad para zonas peligrosas y nos protegemos en Internet para que no hackeen los datos de las víctimas. Lo peor es el desánimo porque la cobertura de la violencia te quita la alegría de vivir, te deja muy mal. Entrevistar a niños que han sobrevivido a un evento traumático te deja una huella indeleble.”
Con Fuego cruzado, el primer libro de Marcela Turati sobre las víctimas atrapadas en la guerra del narcotráfico llegamos a la conclusión de que ser joven en México es para muchos, vivir en el infierno. Los “daños colaterales”, como los llamó Felipe Calderón, son vidas sacrificadas, familias mutiladas en una sociedad malherida y violenta. Tan es así, que vivir entre balas es ya una costumbre no sólo en el norte, sino –por lo visto– también en el DF: El 23 de octubre, Miguel Ángel, de 15 años, fue apuñalado en Tlalpan para robarle su celular.
Antes de que lo hiciera el gran Javier Sicilia, Marcela Turati se puso a escuchar a las víctimas. Ya en 2010, después de miles de entrevistas y reportajes, se dio cuenta de que para muchos lectores, las masacres y desapariciones ocurrían en otro planeta. “Como que no me creían”. Desesperada, Marcela insistió. Fuego cruzado informa a las futuras generaciones que la situación no ha cambiado desde que en los años 70, Rosario Ibarra de Piedra fundó a Eureka y las “Doñas” llegaron del norte a denunciar: Yo tengo un hijo desaparecido. “Se repite la historia de los 60, las fotos de las madres ya no son en blanco y negro sino a color, de cámara digital, muchachos que son de mi edad”.
“¿Qué muchacho de barrio, con estudios truncos, sin expectativas de vida no sueña con los 10 mil pesos al mes que le ofrece el narcotráfico?”
“En la cacería del narcotráfico nadie se salva –escribe Marcela Turati en Fuego cruzado– todos somos blancos que caemos como extras en una coreografía ajena, similar a las películas de los hermanos Almada en la que todos nos asumimos como víctimas ejecutables con la misma naturalidad con que aceptamos el paso de un huracán o la destrucción ocasionada por un terremoto.
–Acaba de morir tu abuelita – le dijo una mujer a su hijo.
–Mamá, ¿cuándo la ejecutaron?” La Jornada