Otra llamada al filo de las tres de la mañana, de esas que hacen saltar el corazón. Como cuando Julián Le Baron me avisó del asesinato de su hermano Benjamín y de Luis Widmar. Ahora se trata del hijo de uno de mis mejores amigos y compañeros de lides políticas y sociales. Acribillado en Chihuahua el sábado por la madrugada, falleció de manera instantánea. Dos de las personas que iban con él permanecen graves.
Mientras acompañaba a su padre y su hermano, abatidos, indignados, a realizar los trámites de ley, muchas cosas me cruzaron por la mente. Desde las oficinas de la fiscalía podían verse los espectaculares, los autobuses urbanos con propaganda para las próximas elecciones, y no pude dejar de repasar mentalmente el México que nos deja este sexenio: los seis años en que más jóvenes murieron masacrados. En que las y los muchachos, muy a su pesar, tuvieron que cambiar sus hábitos: dejar de ir al antro, o regresarse temprano, o hacer sus fiestas sólo en las casas más seguras. Seis años de preocupaciones y desvelos de los padres y discusiones con los hijos, hartos de los temores de sus progenitores y al mismo tiempo, dolidos de ver cómo caían amigos y conocidos.
Vamos a completar seis años con un país atrincherado, es lo que se vive todos los días acá en el norte. En cualquier carretera, incluso en algunos puntos de las ciudades, ahora forman parte del paisaje las barricadas de costales de arena, coronadas por una ametralladora o con una tanqueta detrás de ellas. La libertad de circulación acotada, asediada por preguntas que sólo creíamos posibles detrás del Muro de Berlín, o en el Chile de Pinochet o con la migra cuando pasa uno la frontera: “¿A dónde va? ¿De dónde viene? ¿A qué se dedica?” Sexenio de trincheras.
Sexenio de rejas, también. En el que se pensó que aumentar los años de cárcel iba a disminuir impunidad y criminalidad. En el que se usaron las prisiones o el arraigo para impactar en las elecciones, como ejemplifica el michoacanazo. Sexenio en el que la población ha levantado más rejas que nunca para cerrar su calle, su fraccionamiento, ante la ineptitud de uno o varios órdenes de gobierno, para desempeñar su función primigenia: proteger la vida, la integridad física, el patrimonio de los gobernados.
Y como si esta lógica, este lenguaje de guerra y de rejas y de trincheras no fuera suficiente, al sentirse en desventaja ante el ascenso de López Obrador y temiendo que el #YoSoy132 lo beneficie, el PRI y el PAN acaban de emprender una ofensiva mediática y mediatizadora contra el tabasqueño. Su violencia verbal y visual tiene como finalidad reconstruir la imagen de López Obrador como violento. Quienes tienen las manos manchadas de sangre por sus estrategias fallidas y fracasadas, quienes han tornado estos seis años como los más sangrientos en la historia contemporánea de este país, quienes han llenado de soldados las calles y hecho que la gente se recluya espantada en su casa, son los que ahora desatan la guerra sucia –¿hay alguna guerra limpia?– y, despojados ya de propuestas, a la vez que presas de la desesperación, vuelven a blandir el petate del muerto: “Es un peligro para México”.
Como si este no hubiera sido el sexenio que vivimos y padecimos todos los peligros, los imprevisibles, los previsibles y los provocados. Con sus diatribas de beatas de pueblo quieren atrincherar las conciencias como atrincheraron las calles. Enrejar las mentes como enrejaron casas y barrios. Si no votan por mí porque no los convenzo, voten por el miedo de las cosas que les cuento de mi adversario. Como se unieron en 1994 para hacer al PRI beneficiario del voto del miedo, tricolores y blanquiazules se olvidan de la diferencia y pactan: mejor Enrique o Josefina que López Obrador. Su apuesta es que los votos de ellos se multiplican en un país presa del pánico
Si no fuera porque este México ya no es el mismo de 1994, ni siquiera de 2011. Porque ya hay un actor colectivo que se interpone entre los partidos, entre los poderes y los ciudadanos: los jóvenes que se despertaron y despiertan. Porque no se dejan intimidar ni se atrincheran, porque su arma principal ante el poder de la propaganda es la razón, porque como piden debates, exigen elecciones limpias e impugnan guerras sucias o demandan la plenitud de sus derechos ciudadanos. El #YoSoy132 es el florecer de la libertad y la crítica que se creía habían extirpado desde el seno materno a nuestros jóvenes. Es la reivindicación vigorosa de los valores que se han dejado de practicar públicamente. Es el vencer el terror para exigir con valentía el derecho a vivir libres de todo tipo de violencias.
Si la ciudadanía les cree a estas y estos jóvenes, si se suma a las acciones cívicas a las que convocan, si multiplican sus argumentaciones, si ocupan y activan los espacios públicos, si se apoderan de las calles, si inundan con su palabra las redes sociales, si se posicionan como el nuevo poder ciudadano que la nación requiere, sin necesidad de pronunciarse por tal o cual partido o candidato, entonces derribarán las rejas y harán pedazos los miedos de este México atrincherado.