El dolor que comparte esta gente se ve en sus rostros, ya que tuvieron que abandonar sus hogares, edificados con los sacrificios de muchos años e incluso de toda la vida, y que han logrado convertir en el patrimonio de sus hijos. El común en ellos es la impotencia de no poder evitar desprenderse de todos sus objetos, animales, y de lo poco que tenían, con el argumento de que “es peligroso que sigan habitando esas casas”, porque se corre el riesgo de que se les caigan encima.