Incluso prescindiendo de ese ideal, podía pensarse que la conducta espiritual debe tender siempre a una extrema sencillez, porque de otro modo sería una vida de deseo vital y autoindulgencia. Pero desde un punto de vista más amplio esta es una medida mental basada en la ley de la ignorancia cuya causa es el deseo. Para vencer a la ignorancia, para borrar el ego, puede intervenir, como principio válido, una total repudiación, no sólo del deseo, sino también de todas las cosas que puedan producir satisfacción.
Pero esta medida mental, o cualquier otra, no puede ser absoluta, ni puede ser obligatoria, como una ley, para la conciencia que se ha alzado por encima del deseo; una pureza y un autodominio completos se hallarían en su misma naturaleza, y aquélla permanecería idéntica en la pobreza y en la riqueza; pues, si pudiese ser debilitada o desdorada por cualquiera de las dos, no sería real, o no sería completa.
La única regla de la vida gnóstica sería la autoexpresión del espíritu, la voluntad del Ser divino. Esa voluntad y autoexpresión podrían manifestarse a través de la extrema sencillez, o a través de la extrema complejidad y opulencia, o en su equilibrio natural, pues belleza y plenitud, una recóndita dulzura y complacencia en las cosas, un resplandor y alegría de la vida, son también poderes y expresiones del Espíritu.
En todas las direcciones, el espíritu, determinando la ley de la naturaleza, determinaría la estructura de la vida y sus detalles y circunstancias. En todo existiría el mismo principio formativo. Una rígida unificación, por necesaria que fuese para la organización de las cosas de la mente, no podría ser la ley de la vida espiritual. Podría muy bien evidenciarse una gran diversidad y libertad de autoexpresión, basada en una subyacente unidad, pero la armonía y la verdad del orden existirían por doquier.
Aurobindo Gose (1872-1950)