Más recientemente, es Ricardo Raphael quien a través de su obra “el otro México”[i] desvela los múltiples orígenes de lo que a algunos pueblos del norte de nuestro país ha dado identidad sin que ésta sea entendida como una sola e idéntica para todos los mexicanos. En lenguaje coloquial, la mexicanidad puede entenderse como diferentes bebés alimentados con la misma leche, pero a través de diferentes biberones. Así es el pueblo mexicano.
La mexicanidad, dice la autora, consta de tres secciones: los orígenes, los sedimentos y la consolidación.
Es a través de los sedimentos donde analiza tres manifestaciones que son características de la mexicanidad: el fervor guadalupano, la apreciación de la ciudad de México como el centro de las soluciones y las diversas manifestaciones ante la muerte.
Arredondo Ramírez afirma que la identidad nacional (como la modernidad de Laclau) está diluida y se evidencia cuando el Estado mexicano, que se vio consolidado jurídicamente a partir del triunfo liberal, se caracterizó por “el anhelo de constituir una nación que todavía hasta nuestros días intentamos construir”.
Y es en esa constitución del Estado, donde encontramos que, el guadalupanismo es quizá, el más importante símbolo cultural de los mexicanos, porque en él se amalgama la identidad con la ideología.
¿Guadalupanos, pro choice y políticos?
Cierto es que un político puede esgrimir una postura religiosa siempre y cuando no influya en las decisiones que debe tomar y que pertenecen al orden público, pero en México todos los partidos lucran con la fe, ya sea desde el mal entendido laicismo.
Y es que en estos días se confunde peligrosamente el Estado laico con la intolerancia religiosa, porque estará usted de acuerdo conmigo, estimado lector, en que demandar que un político o aspirante presidencial sea ateo, atenta contra el laicismo, porque es tanto como pedir que este sujeto profese determinada religión. Es absurdo, pues.
Sin embargo, debemos reconocer que en México, la mayoría de los partidos políticos y sus militantes, tienden a establecer un posicionamiento en privado y asumir otro en público en aras de la raja política que pueden obtener de cualquier acontecimiento, de cualquier ámbito, que pueda proporcionar simpatizantes o atraer adeptos y no, no es un problema de políticas públicas, esto pertenece al ámbito personal y “congruencia” es el nombre del juego.
El discurso del amor y del poder, son tan diferentes e incompatibles, que cualquier utilización de uno y otro de parte de políticos y hombres de fe se reduce a manipulación mediática y oportunismo político en un país que está necesitado de temas que abran debates que impacten la realidad de los 56 millones de pobres en México.
No hay tal cosa como católico en el ámbito privado y promotor del derecho de la mujer a decidir en la cosa pública. Quien esto afirma trata de ajustar la realidad a la teoría y si no se puede, el problema es de la realidad, por no ajustarse al “deber ser” dictado por los estudiosos o académicos del campo.
Bien visto el asunto, no se trata de que prevalezcan los derechos de la mujer sobre otros o que unos sean más o menos importantes. La mujer puede decidir, claro que sí, a quién y cómo ejercer su sexualidad, pero no puede disponer de la vida de un inocente al que en estos tiempos pueden llamar como gusten: célula, cigoto o embrión, el caso es que hay vida allí.
Para los católicos, el hombre es un todo en el que el sexo (el instinto y la procreación), el eros (la sublimación del sexo por los poderes de la imaginación) y el amor (la unión de esos dos poderes por la donación y el sacrificio) son indisolubles.
Aunque en estos tiempos y para algunos, esto sea además de letra muerta, anacrónica e ilógica, motivo de descalificación de la iglesia y de quienes profesamos en ella, como si ser católico en estos tiempos fuera tan fácil.
Dice Sicilia en su magnífico ensayo “La iglesia tiene derecho” (Proceso 01/06/2003):
“Lo que asombra de todo esto, no es ese desgarramiento ni ese clamor. México es el país, junto con Francia, más jacobino que hayan heredado la ilustración y la Revolución Francesa, no ha dejado de perseguir a la “infame”, como llamó Voltaire a la iglesia. Lo que asombra es que en pleno siglo XXI, en la era de la democracia, de la crisis de los nacionalismos, nuestra izquierda, siempre infantil, continúe hablando y actuando desde una paranoia histórica, como “si a la modernidad ilustrada – dice bien Rodrigo Guerra- no le hubiese sucedido algo en los últimos cien años” ; como si el México y la iglesia de Juárez o de Calles siguieran siendo los mismos y no hubiéramos llegado a la democracia moderna; como si el laicismo no hubiese penetrado ya por todas partes y la iglesia no hubiese dejado de ser el poder omnipresente que algún día fue”
Evidentemente, el poeta tiene razón.
Sin embargo, es pertinente reflexionar acerca de cómo se presenta y representa el ateo mexicano hoy en día.
Piensa que la religión es el opio del pueblo, pero acude a misas académicas, masónicas, financieras, deportivas, políticas o militares, que en el fondo implican rendir pleitesía a un ídolo material o inmanente, en forma de “sabiduría”, “dinero”, “triunfo” o “verdad”
Es seguidor irredento del New Age. Practica yoga, acupuntura, medicina holística, budismo, feng shui, quiromancia, lectura del tarot, etcétera, porque además está convencido del poder de la energía que emana del universo a través de los chacras y las llamas de colores que manipulan a gusto del usuario los estados de ánimo y de salud
Encomienda a Dios a sus hijos todos los días, con especial fervor en época de exámenes, temblores, balaceras y quincenas, entre otros. Uno de mis Maestros afirma que en época de exámenes, desastres naturales y frente a la muerte, no existe tal cosa como el ateísmo.
Entiende la libertad como hacer lo que quiere, no lo que debe, sin comprender que esto último evidencia elección, toma de decisión y por ende verdadera soberanía.
Está convencido que el hombre es Dios y prueba de ello es el progreso (¿?) que ha logrado aquí en el planeta tierra, pasando por alto que la humanidad está en un punto en el que o resolvemos “detalles” como el calentamiento global o el abasto de combustible y alimentos o nos extinguimos como especie.
En el fondo, congruencia es el nombre del juego.
¿Usted qué opina, estimado lector?
Por Anel Guadalupe Montero Díaz
@Anelin00