Publicado por Ediciones El Milagro y la Universidad Autónoma de Nuevo León, el volumen, que lleva como título el nombre del también poeta, revela al extraordinario conversador que es Hugo, pero sobre todo el amor y la pasión que le tiene a la escena. “El teatro le enseñó la fugacidad y, me atrevería a decir –escribió Olguín-,–igual nutrió buena parte de su temple poético.
“Este hombre tiene abedules en el alma; los sembró en los tiempos en que decía a Chejov. Sabe del poder y de los bienes de la conciliación y la tolerancia; oficio que no sólo aprendió en sus andanzas de embajador, sino de sus amados autores isabelinos.”
Suele pensarse a Gutiérrez Vega como poeta; sin embargo, entre sus diversas facetas y campos de interés, Hugo fue y es un hombre y ciudadano del teatro, explicó Olguín. “Hugo siente hambre de teatro, anhelo de libertad, un espacio donde el poeta una vez más encuentra su remota infancia y juventud –ese tiempo donde hacer es actuar y actuar es vivir– cuando el teatro le dio alas de rebeldía”.
Gutiérrez Vega cuenta entre sus mejores amistades a mucha gente de teatro. Es un espectador asiduo y lector apasionado, y conoce de nuestra tradición escénica como pocos.
De su amor por la escena dan cuenta las evocaciones que integran el libro que lleva su nombre. “Una mirada que nos revela una parte privilegiada de su existencia y de diversos momentos de la vida teatral del siglo XX. Aquí se descubre que Hugo se siente y se sintió profundamente actor. Desde jovencito fue de aquellos que, al decir de las abuelas, tenían ‘facilidad de palabra’. Aquí se descubre a Hugo evocando, por ejemplo, el tiempo en que tenía que viajar en Volkswagen, vestido de cardenal para dar funciones, de la Casa del Lago al foro de Santa Catarina, para entrar a escena en el segundo acto de la obra Lástima que sea puta, legendaria puesta de Juan José Gurrola”.
Aquí, es la voz del propio Hugo Gutiérrez Vega: “El teatro de antes tenía glamour. Los camerinos de las prima donna eran una delicia. Había flores, grandes ramos, pues a todo ese mundo lo rodeaba un encanto muy especial y era un acontecimiento social. Ahora es sobre todo un acontecimiento intelectual. Es la clase intelectual la que fundamentalmente va al teatro, pero ya no es el acontecimiento social que era. Yo no sé si esto sea bueno o malo, pero si se mezclaran las dos cosas, lo intelectual y lo social, le iría mejor.
“No sé por qué sigo pensando tanto en el lema de los Cómicos de la Legua cuando se alza el telón: ‘aquí termina el teatro y comienza la vida’. En ese momento, efectivamente, para mí terminaba el teatro y comenzaba la vida y, al terminar la función, terminaba la vida y comenzaba el teatro.”
La Jornada