Los arqueólogos Emiliano Gallaga Murrieta, director del Centro INAH en Chiapas, Bruce Bachand y Lynneth Lowe, investigadores del Proyecto Arqueológico Chiapa de Corzo, destacan la abundancia y variedad de ornamentos que conforman el ajuar funerario del personaje principal
El hallazgo en este sitio de filiación zoque, consiste en los restos óseos de cuatro individuos, dos de ellos vestidos con jade, utensilios de cerámica y otros objetos preciosos para la cultura y la época, la relevancia académica del descubrimiento radica en que permitirá ajustar las cronologías de desarrollo de las antiguas culturas olmeca y maya, el uso de pirámides como recintos funerarios es mucho más antiguo de lo que se había creído hasta ahora.
De manera preliminar, la tumba data del periodo Preclásico Medio, entre 700 y 500 antes de Cristo, dato que se confirmará tras los estudios de Carbono 14, Estroncio y ADN, que se harán a las osamentas y a los objetos resultados también permitirán afinar las temporalidades de desarrollo de culturas antiguas, como la olmeca y la maya.
El descubierto consiste en una cámara funeraria con un anexo, ubicada al interior de una de las estructuras más tempranas del Montículo 11 de Chiapa de Corzo; una pirámide que debió tener entre 6 y 7 metros de altura, escaleras de barro y un templo en la parte superior.
Gallaga Murrieta destacó que tras 24 horas continuas de excavación se logró desenterrar una tumba de 4 x 3 metros cuadrados, localizada a unos 7 metros al interior del Montículo 11, que contenía los restos óseos de tres individuos; uno que corresponde a un personaje masculino de alto rango, según lo dice el rico atavío con que fue colocado, así como a un niño de aproximadamente un año, y a un adulto joven, quienes habrían sido depositados como acompañantes, posiblemente sacrificados.
Narra el experto del INAH que el personaje principal, de acuerdo con el desgaste dentario que presenta y el grosor craneal, debió tener más de 50 años al momento de su muerte, mismo que fue colocado en posición decúbito dorsal y extendido, es decir, boca arriba y con la cabeza hacia el norte.
Su boca, agregó, estaba tapada con una concha y sus dientes tienen incrustaciones de jade o concha, y por la posición de los esqueletos, se intuye que el niño fue cuidadosamente enterrado, conservando articuladas sus extremidades, no así el joven de aproximadamente 20 años quien posiblemente fue arrojado al interior de la tumba.
Fue ataviado con sartales de más de un millar de cuentas de jade, un taparrabo o faldellín al que le fueron incrustadas minúsculas perlas, pendientes de jade de diversas formas, incluyendo un lagarto y cucharillas de estilo olmeca, ajorcas colocadas en sus tobillos y rodillas, pulseras, brazaletes, una posible máscara con ojos de obsidiana verde, un espejo de pirita y 15 vasijas, algunas de ellas de superficie pulida de color negro a grisáceo, o blanco y negro, con diseños negativos o punzados, informó.
Dio a conocer que anexo a la cámara principal, que estuvo techada con morillos y tablones, vencidos después por el peso de las lajas y el barro que sirvieron de cripta, y en un pequeño desnivel, se hallaron otro sepulcro, de 2 x 3 metros cuadrados, donde estaba la osamenta probablemente de una mujer, cuya edad al fallecer debió oscilar los 50 años, igualmente sobre su boca tenía una concha y mostraba incrustaciones dentarias.
Depositado también boca arriba y extendido, pero con dirección al Este, el cuerpo fue acompañado de una profusa ofrenda, consistente en un ajuar de jade y perlas, pendientes en forma de aves y de un mono saraguato, dos vasijas, un espejo de pirita, una espina de mantarraya colocada sobre su pecho, así como cuentas de ámbar.
Gallaga Murrieta refirió que son escasos los hallazgos de esta resina fósil en contextos arqueológicos, y que este es uno de los más antiguos, que viene a confirmar su uso ritual en entierros desde hace siglos, las características de este descubrimiento hace posible afirmar que la tradición mesoamericana de utilizar las pirámides como recintos funerarios es mucho más antigua de lo que se pensaba, y que no proviene del área maya.
“Mil años antes de la aparición de tumbas reales al interior de pirámides en sitios de la región maya en Chiapa de Corzo, ya se estaban usando estas estructuras piramidales con fines de enterramiento para personajes de elite, estamos hablando de 700 antes de Cristo”, expuso.
“La cantidad y variedad de elementos de cada una de las ofrendas, indica el intercambio tan temprano que la región central de lo que hoy es el estado de Chiapas, mantuvo con sitios distantes ubicados en el Valle de México, la Costa del Golfo e inclusive el Valle Motagua de Guatemala, donde se encontraban los mayores yacimientos de jade”, aseveró.
“La gran similitud que guardan varios de los elementos dispuestos en este entierro múltiple de Chiapa de Corzo, sobre todo ornamento y cerámica, con otros que fueron descubiertos en la década de los cuarenta del siglo pasado, en La Venta, Tabasco, concretamente en la plaza principal del Grupo C, confirman los nexos que mantuvieron ambas ciudades en el Preclásico Medio”, acotó.
Las exploraciones más recientes en Chiapa de Corzo confirman la amplia ocupación humana de este lugar, por lo menos desde 1200 antes de Cristo, coincidiendo con el surgimiento de asentamientos en el área nuclear olmeca, principalmente con La Venta.
“No cabe duda que la tumba tiene una conexión con la región nuclear olmeca, más directamente con La Venta, existen otros elementos que nos muestran una separación entre los líderes de esta antigua ciudad con La Venta, para confirmar eso debemos explorar también áreas domésticas de Chiapa de Corzo”, sustentó.
En ese sentido, investigadores del Proyecto Arqueológico Chiapa de Corzo, comentan que la excavación sistemática en esta zona arqueológica chiapaneca, permite establecer una secuencia de tipos cerámicos que permitirá fechar inclusive otros contextos arqueológicos, por ejemplo, en las regiones olmeca y maya.
“En esta urbe prehispánica de Chiapas se estableció la cultura zoque, desprendida de una familia lingüística que abarcó todo el Istmo de Tehuantepec y la costa del Golfo de México”, concluyeron los arqueólogos.
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Isaí López / El Heraldo de Chiapas