Cultura como pasión por la vida

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Pero se equivocan quienes piensan que en esa cultura de la muerte no hay pasión. Todo lo contrario, es una pasión desbocada, deep play, que llaman ahora, o sea juego que te involucra hasta las últimas consecuencias, compromiso de máximo estrés, pasión extrema. Pero de signo negativo y con la destrucción, propia y ajena, como meta.

 

Ante el auge de esta cultura de la muerte, urge, se impone, es absolutamente prioritario, buscar maneras de depararle a la juventud mexicana una alternativa. Y esa alternativa sólo se encuentra en la cultura. Pero no entendida burocráticamente, como clases aburridas, trabajitos de esclavos, días de ocio y tedio en las calles de los barrios, en los campos, negación del presente e imposibilidad de futuro.

Sino cultura entendida como la gran pasión, la máxima, otra vez deep play, o compromiso de máximo estrés, pero esta vez dador de vida, potenciador de futuro.

Hablo de talleres de poesía, como los que alguna vez abriera y regara por Nicaragua Ernesto Cardenal durante los días gloriosos de la revolución sandinista.

De talleres de escritura, donde los jóvenes descubran la pasión de dejar testimonio de su propia vida, de ensanchar su mente conociendo la vida de otros, leer para transformarse en otros, para viajar a otros tiempos, para ser uno y muchos, para pasearse a sus anchas por el pasado y abrirle la puerta al futuro.

Talleres de cine, de fotografía, de pintura: que nuestros jóvenes puedan filmarse, retratarse, pintarse, a ellos y a su entorno, como vía para comprenderse a sí mismos, de mirarse la cara en ese espejo de aguas claras que es la cultura.

Talleres de costura, de tejido, de artesanías, para que nuestros jóvenes encuentren el entronque perdido con la gran creatividad de nuestro pueblo, otrora majestuosa, espléndida, y hoy diluida en incertidumbre, quietud y miseria.

Cine en los barrios, en las calles, en las esquinas: piensen que una sola película, una sola, que conmueva, y abra puertas, y haga revelaciones, una sola película puede cambiarle la vida a una muchacha, a un muchacho, puede revelarle las dimensiones del mundo y la euforia de hacer parte de él.

Bibliotecas ambulantes, libros en los bares, en las heladerías, en las escuelas, en el Metro, y sobre todo libros en las casas de todas y cada una de las familias mexicanas. Piensen que hace unas décadas, en Inglaterra, lanzaron la Every Man’s Library, una colección popular de decenas de tomos que fue distribuida gratuitamente y que abarcaba títulos de los más grandes de la literatura de todos los tiempos. La Every Man’s Library llegó a los hogares en esa isla, la leyeron los niños, toda una generación pasó a apropiarse de la cultura universal a través de esa iniciativa.

Que las viviendas de fomento popular incluyan estantes para libros como parte de la dotación básica, junto con la regadera, el excusado, las camas, la estufa: estantes para poner libros y libros para poner en ellos: porque los libros son alimento, porque sin ellos se seca la vida.

Escuelas de danza, de teatro, visitas regulares a los museos, clases de cocina, excursiones por el país, derecho de todos y cada uno de los niños mexicanos de recorrer los grandes centros arqueológicos, como manera clara y directa de comprender y admirar su pasado, de extenderlo hasta el presente, de apropiárselo, de saberse parte de una tradición significativa, es decir, que tuvo sentido, que sigue teniéndolo, que está viva, que va a perdurar.

Dotación en escuelas y hogares de computadoras y clases para aprender a manejarlas al dedillo; Internet gratuito en los barrios y pueblos. Miren nomás cómo en Egipto la juventud utilizó modernas y hoy imprescindibles herramientas como el Facebook, el Twitter, para movilizarse, encontrarse en las plazas, convocar a las grandes movilizaciones que echaron abajo al tirano y le abrieron las puertas a un nuevo Egipto.

No entiende nada quien no reconozca que hoy la juventud se siente mundial, habitante del planeta, comunicada con lo que hacen y dicen todos los jóvenes de cada rincón de México y del resto del mundo a través de una herramienta que no podemos negarles, que debemos poner a su alcance, el Internet, fuente ilimitada de información, de educación, de juego, de comunicación, y que se ha impuesto como marca de fábrica de nuestra época.

Talleres de teoría y práctica ecológica: hacer de cada uno de nuestras niñas y niños, de nuestros muchachos y muchachas, un paladín de la conservación del planeta, del amor por los animales, del respeto por las plantas y la naturaleza.

Idiomas: que nuestros jóvenes se desenvuelvan en inglés, que puedan aspirar a una beca en Francia, o traducir del latín, o hacer pinitos en sánscrito, para no hablar del conocimiento indispensable en nuestras propias lenguas: formemos nuevos Cervantes, nuevos Quevedos, nuevos Nerudas y Vallejos. Y empecemos, desde luego, por el rescate y consolidación de nuestras lenguas nativas.

Deportes: ¡Clave, los deportes! Para nadie es misterio que participar con el propio equipo en un buen partido de futbol, de básquet, de volibol, le hace el domingo feliz a cualquiera, y que un domingo feliz puede alumbrar toda la semana.

Y cultura también para los adultos, para esos siempre jóvenes que son los viejos: clubes de lectura, ajedrez en los parques, paseos por el país, clases de cuanta cosa. ¿Por qué no generar vías para que cada persona que en México sabe escribir y leer, pueda enseñarle a una que aún no lo sepa?

Cultura como pasión, como gran pasión, como indispensable fuente de renovación, de significado, de alegría. Cultura como fuente y garantía de vida.

Repito que no estoy hablando de cultura con minúscula, como último renglón del presupuesto nacional, como por no dejar, como pretexto de burócratas… estoy hablando de CULTURA con mayúscula y con todas las letras, de la A a la Z, del alfa al omega.

Cultura como eje de cualquier programa político, como corazón que le permita palpitar y latir a un proyecto de gobierno que se proponga traer vida, recuperar la vida, llenarla de dignidad, abrirle caminos a la vida futura, darle significado y salidas a la actual.

 

Una verdadera zambullida nacional en el océano de la cultura, mexicana y mundial, pasada y contemporánea: eso, eso y no menos que eso, es lo que debemos conseguir.

¿Cómo hacer realidad esta propuesta? Aquí parece estar el nudo del asunto. Empecemos por el principio, como aconsejan los manuales de urbanidad. ¿Cómo hacer realidad la democracia en la cual se dice que vivimos, y que no pasa de ser un espejismo?

Sólo en un proyecto de democracia real es posible concebir una gran revolución cultural como esta que soñamos. Pero, ¿dónde está esa democracia real?

Por lo pronto, se encuentra tan sólo en la retórica de las asambleas de Naciones Unidas, en los discursos de los políticos, en las peroratas de los funcionarios públicos, en los escritos periodísticos o académicos, en los debates de televisión. Dormita en las oficinas de los burócratas, pero no sale a la calle, la gente la desconoce. No toma cuerpo. Hasta ahora nunca le hemos visto la cara. En síntesis, no es real.

Hablamos de ella, se escriben grandes ensayos sobre ella y sobre su expresión más obvia, las elecciones. Se discute, se opina, se dice que avanzamos, que hay errores, por supuesto, pero que en general vamos bien. Se denuncian todo tipo de violaciones al voto, pero se concluye que el resultado estuvo bien, que sólo la oposición insiste en que hubo fraude, pero que las elecciones fueron limpias y que por tanto ganó la democracia.

¿De veras podemos decir que esas elecciones consolidaron la democracia? ¿Eso es real?

Lo juraríamos aunque sabemos o debíamos saber que en esas elecciones hubo altos niveles de ausentismo, que parte de la población no sabe leer ni escribir y otra ni siquiera habla español. Lo juraríamos aunque se haya podido constatar de manera indubitable que las elecciones las gana el que más y mejores trampas hizo y hace. Y esto de las elecciones es sólo un ejemplo, apenas la cara más popularizada de lo que llamamos democracia, y que en realidad va mucho más allá del proceso electoral.

¿Podemos honestamente pensar que la democracia existe, o solo jugamos con su apariencia y nos conformamos con que nunca baje a la realidad? Yo me pregunto de qué estamos hablando cuando hablamos de democracia, y si no es todo un endemoniado autoengaño, una cómoda justificación. Nos con-tentamos con la fácil invención de que vivimos en democracia, hacemos parte del siglo XXI y del mundo civilizado, las cosas están relativamente bien, en medio de todo avanzamos. ¿Y es eso real?

Dentro de este marco general de la derrota de la democracia, retomemos nuestro tema, la cultura. Parte primordial del monumental ejercicio cultural que debemos proponernos, tiene que pasar por el replanteamiento radical de la democracia, para bajarla de los reinos de Jauja y aterrizarla. Hacer talleres de democracia, como quien habla de talleres de escritura, o más aún, de elementales clases de alfabetización. Estudiemos y enseñemos la democracia como acervo de los pueblos, como conquista paulatina y luchada de la humanidad, y no como mero esquema acomodaticio para el gobernante de ocasión, del que podemos quitar o poner a gusto y a golpe de decretos, de estados de sitio, de recortes de libertades, de engaños electorales, de manipulación de los medios de información.

¿Cómo puede aspirar a la democracia, luchar por ella, desearla como meta, un pueblo que no la conoce? ¿Un país sistemáticamente desinformado sobre el carácter de la democracia real, al que sólo le muestran sus tristes máscaras?

Sólo la democracia entendida como cultura abierta, amplia y libre puede llevarnos a la derrota de esa otra cultura, la oscura, la del miedo, la de la violencia, la que tiene a la muerte por bandera. Sólo la democracia y la cultura como pasión por la vida, podrán rescatarnos de la pulsión de muerte que hoy parece arrastrarnos.

Nuestra tarea en adelante habrá de dar sustento a la Cultura como el instrumento clave para avanzar en la comprensión del mundo actual, pues ella misma se define, la Cultura, como el avance espiritual de un pueblo que se traduce en materia económica, estética, social, política, jurídica, religiosa, artística.

En algún momento se llegó a pensar que el PRD era el único partido que había manifestado preocupación por la cultura. Algunos legisladores suyos, María Rojo, Del Real, alguien más que no recuerdo, y yo mismo, habíamos presentado iniciativas al respecto, tanto en la Cámara de Senadores como en la de Diputados. La verdad es que lo hicimos, pero por iniciativa propia sin que el partido nos hubiera dado indicaciones al respecto.

Creo que ninguna de las iniciativas, incluyendo la mía, estaba adecuadamente estructurada y sustentada.

 

Sin embargo, creo que lo rescatable era y sigue siendo la idea, que hoy vuelvo a exponer aquí para que se retome con energía e inteligencia y se concrete por fin: El propósito es darle constitucionalmente al pueblo de México, al igual que el derecho a la educación, el derecho a la Cultura, y al pleno disfrute de todos los bienes que aquella garantiza y depara.

¿Queremos construir una democracia real? Este sería un paso decisivo en esa dirección. Yo creo que por ahí va el asunto.

Carlos Payán

La Jornada

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