Actualmente se vive en nuestro país una situación de pobreza y desempleo que no pasa desapercibida, pues se manifiesta en todas partes. Aunada a ella, hoy lacera a nuestra vida comunitaria la pérdida de los valores fundamentales para la convivencia social, quebranto reflejado en las expresiones de violencia que ahora campean en los ámbitos de la vida pública y privada, no sólo como producto de las ejecuciones, extorsiones, asaltos y secuestros derivados del crimen organizado, sino por desgracia también en el ámbito de la convivencia intrafamiliar.
¿Qué le pasó a Chihuahua?, ¿Qué le pasó a México?. Tiempo atrás las calles de nuestras ciudades, nuestras carreteras y caminos, eran sitios seguros, propicios para la convivencia, la recreación y el esparcimiento, y se hallaban libres de asaltantes, secuestradores, extorsionadores, violadores y asesinos. Tampoco se percibía el gigantesco rostro de la marginación y la miseria que hoy indigna a la conciencia colectiva, y lastima al orgullo de identidad cívica y pertenencia común que es nato en nuestros espíritus.
El Bicentenario de la Patria es momento oportuno para reflexionar sobre el modelo de sociedad que ahora tenemos, y plantearnos la interrogante para indagar si hoy somos una nación mejor que la que cohabitaba en el país en 1810, cuando la injusticia, la explotación y la falta de oportunidades detonaron la Guerra de Independencia que culminó con la segregación de nuestro país del dominio de España. Tal vez estamos peor ahora que antes, pues quizá las condiciones de pobreza que hoy viven millones de mexicanos son más drásticas que las que orillaron hace dos siglos a nuestros antecesores a lanzarse a la insurrección. Además, debido al crecimiento demográfico el número de compatriotas que viven sin esperanzas materiales y económicas hoy en día es mucho mayor que el existente doscientos años atrás.
Tal es el escenario socioeconómico que constituye nuestro presente cotidiano. En cada esquina, en cada crucero vial o semáforo, pululan limpiavidrios, pordioseros y vendedores ambulantes, desde tarahumaras hasta menonitas, pasando desde luego por los mestizos. La imagen es entristecedora, se ven la miseria y el hambre por doquier en los diversos puntos del entorno urbano. Pareciera que el problema no es privativo de México, pues incluso en El Paso Texas, ciudad fronteriza del país más desarrollado y rico del orbe, hoy es frecuente ver ciudadanos norteamericanos desaliñados y sucios, viviendo en la inopia y pidiendo en los retornos del Free-way caridad a sus coterráneos.
Si bien es cierto que la realidad, no sólo nacional sino también internacional, así como el discurso político, nos han hecho asimilar la idea de las dificultades económicas que plantean las crisis globales y la competencia mundial contemporáneas, no menos verdadera resulta la urgente necesidad de que el Estado Mexicano ponga un dique a esta preocupante situación que está convirtiéndose en caldo de cultivo para engendrar factores de riesgo sanitario, inseguridad pública y descomposición social, tales como la delincuencia, la drogadicción, la desnutrición, la violencia, el maltrato y la explotación infantil, la promiscuidad sexual y la prostitución.
Bajo un panorama tan complejo, y con una población de 54 millones de desposeídos en situación de pobreza alimentaria y patrimonial, ¿Qué expectativas puede albergar el país para sus nuevas generaciones de mexicanos?. La presente circunstancia es una alarma para la seguridad nacional, la viabilidad social y el bienestar colectivo en las siguientes décadas. La Federación y los estados no pueden seguir contemplando a la problemática social como un fenómeno que sólo amerite la aplicación de algunos cuantos programas asistenciales que atenúen en forma mínima y ocasional las ingentes necesidades de alimentación y salud de los más pobres y desamparados. Es imperativa la implementación de una eficaz política de estado que salvaguarde, proteja y garantice en forma permanente la ayuda integral para satisfacer las carencias de los mexicanos marginados. No hacer lo suficiente y oportuno ahora puede significar un grave retroceso difícil de remontar el día de mañana. Es evidente que más allá del simbolismo numérico del Bicentenario de la Independencia, y del valor histórico que la fecha en sí misma posee, así como del orgullo patriótico que a todos nos embarga, este 15 de Septiembre de 2010, desde el punto de vista social no habrá mucho que festejar.