Esas son las ideas que el artista quechua Amaru Cholango (originario de Otavalo, Ecuador) viene a compartir, sobre todo con los jóvenes, en su primera visita al país, invitado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Radicado en Alemania, donde su obra (pinturas, instalaciones y performances) ha hechizado al público y críticos de arte asistentes a diversos encuentros plásticos en Francia, Alemania e Italia, expone en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), en los planteles Xochimilco y Academia de San Carlos, la muestra Una visión kichwa.
También ofrecerá conferencias a los estudiantes y protagonizará esta tarde (a las 18 horas, entrada libre), en el Museo Universitario del Chopo, el performance titulado Huacay Siqui.
“La función del arte siempre ha sido mejorar el espíritu del hombre y del mundo; ese es su principio y fin, pero, por desgracia, al llegar el materialismo se destruyeron esos objetivos y el arte se transformó en una herramienta del capitalismo, del neoliberalismo y hasta del poder, convirtiéndolo en un mero objeto del comercio”, afirma en entrevista con La Jornada.
Lucha encarnizada
De hablar pausado, pero firme, con el suave acento de su lengua andina, Cholango continúa: “Naciones como Estados Unidos, que tienen una gran fuerza mediática, dicen lo que quieren, hacen y deshacen para tratar de convencer a todos de que el arte que hacen es lo más valioso porque cuesta cantidades enormes de dinero. Pero esa no es la finalidad del arte, cuyo valor se ha destruido. Por eso el arte a partir de nuestras culturas indígenas propone regresar a nuestros principios, para tratar de recuperar la verdadera función que el arte tenía en nuestras vidas.”
En la ENAP-Xochimilco, Amaru Cholango presenta una pieza construida con agua traída del Chimborazo, volcán y montaña más alta de Ecuador, mezclada con agua de los manantiales del Popocatépetl, convertida en bloques de hielo, que a su vez conforman un laberinto que se deshielará hasta desaparecer.
“Representa el encuentro de dos entidades que son hermanas –detalla—, pero también el proceso de la transformación de lo material hasta volverse a integrar a la madre Tierra. En Europa, pero sobre todo en Latinoamérica, he tenido que luchar mucho para hacer que el arte regrese a sus principios originales. Incluso he sido perseguido, principalmente en mi propio país, donde se ha tachado mi arte de folclorista y tratan de desvirtuarlo.
“Sucede que tanto en Ecuador como en casi todos nuestros países latinoamericanos vivimos todavía con muchos tabúes y problemas respecto de la Conquista, la colonización y el racismo. En mi país no pueden concebir que un indio haga arte contemporáneo y tenga un pensamiento desarrollado. Para ellos lo único que vale es lo que escribieron en los libros las culturas occidentales. Es una encarnizada lucha que llevo; es un poco duro, pero el arte es así también.
“Estoy metido ya en la batalla, proponiendo siempre un arte posmaterialista, poscapitalista. Eso no les gusta a muchos porque, por ejemplo, la pieza de hielo que presento aquí en la ENAP no se puede vender en un millón de dólares. Mi arte no es negociable, no soy un negociante del arte; ese es uno de los valores fundamentales en los que me baso para defender mi posición artística.”
Otra de las piezas de Amaru, quien es matemático y geólogo (becado en los años 80 del siglo pasado para estudiar en el Instituto de Ciencias Geológicas de Londres), “tiene un sentido ecológico” y está formada de troncos de árboles del Amazonas (“los pulmones de la Tierra”) quemados, es decir, destruidos por la mano del hombre, acompañados por una cruz de madera, con la finalidad de hacer conciencia de que se trata “de seres vivos muertos”.
En Europa, asevera Cholango, son un poco más receptivos ante su “nueva” forma de pensar, “la cual no proviene de Occidente, sino de valores de la espiritualidad indígena. En aquel continente impera el dios dinero, pero los jóvenes ya no están satisfechos con tener tres o cuatro autos y todas las comodidades que los padres les compran. Tienen otros problemas del alma que no solucionan con sus valores materiales. Están a la búsqueda de otras cosas y se acercan a la América antigua.
“Ellos saben que están en una crisis espiritual y tratan de buscar, como si se estuvieran ahogando en el mar, una pajita de donde agarrarse. Por eso tienen mucho respeto por mi obra, la cual se nutre de dos fuentes: el rescate cultural de nuestro pasado indígena y la rebeldía.
“Soy rebelde porque desde niño miré la injusticia. A veces lo expreso de forma muy fuerte y en ciertos casos hasta difícil en muchos performances. La obra que presento en la ENAP es muy suave respecto de lo que presentaré en el Museo del Chopo. Será una acción más dura, más del pensamiento, de reflexión en torno a la vida y la muerte, de lo que significa ser niño y ser viejo, inspirada también de la mitología indígena.”
El performance se titula Huacay Siqui (en lengua kichwa significa el trasero que llora), y hace referencia a un ser zoomorfo proveniente del norte de la provincia ecuatoriana de Pichincha. La leyenda cuenta que el huacay siqui es un joven que tenía una madre muy enferma a la que cuidaba todas las noches. Un día fue a comprarle remedios, pero en el camino se topó con la muchacha que le gustaba, quien lo invitó a un baile. Él aceptó, olvidando a su madre. Durante la fiesta le avisan que su madre había fallecido, a lo que él respondió casi sin inmutarse: “ya habrá tiempo de llorar”. El dios supremo Tupa se enojó tanto por su actitud que lo castigó convirtiéndolo en un ave que por las noches emite un canto lúgubre parecido al llanto humano. A veces ataca a las personas, ocasionándoles accidentes, y si en su camino mira pañales de niños secándose fuera de las casas, los pequeños se vuelven llorones.
“El materialismo también ha hecho que perdamos un horizonte más amplio; nuestro estado de conciencia se ha estrechado, como si fuéramos ranitas incapaces de salir del charco donde nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos sin conocer los charcos de al lado, sin saber si tenemos la posibilidad de tener alas para dejar de ser seres sólo terrestres y volvernos cósmicos.
“Tener la conciencia así reducida da facilidad al capitalismo para manipularnos y vendernos todo lo que quieren. Hay que quitarnos las capas de ideas que nos han vuelto dóciles, maleables y olvidarnos de nuestra verdadera esencia”, concluye.
La Jornada