El tiempo que pasó ya pasó, pero el que queda por delante es el preciso para aprovecharlo. Si esta noche muriera, ¿estaría mi alma preparada para el trance? ¿Tendría mis manos llenas o vacías de ese material que durante el proceso solo estorban?… Pero más aún, ¿cómo será mi muerte?… Quizá este sea el punto, la gran incógnita. Nadie muere la víspera; Dios da oportunidad de conocerle y amarle. Cada día miro el cielo, contemplo el amanecer y, hasta hoy, el correspondiente atardecer cotidiano… Todo está lleno de vida, Dios es vida; quien a Dios tiene, siempre tendrá vida.
“Lo natural es nacer y morir”, reza la frase ya adoptada por nuestra sociedad acelerada y “práctica”… “Todo lo que nace muere, todo principio tiene un fin”. Pero… ¿Qué ocurre en ese Inter? Y es precisamente lo que a Dios importa. Con la muerte de un ser querido, el dolor es profundo, una enorme piedra aplasta el pecho; y al paso del tiempo el corazón seguirá llorando en silencio y cuando esto ocurre, el alma grita pues no tiene hacia donde correr o donde desahogar su pena, pero ese llanto contenido Dios lo escucha.
Llorar solo es una parte de la reacción en un proceso de desprendimiento carnal, fraternal y emocional, pero es eso, solo una parte. Despedir al ser querido es como sumergirse en un enorme vacío, la pena se convierte en lágrimas. Vienen dudas, el rechazo, miedo, culpas… preguntas… y no encontramos respuestas.
¿Cómo enfrentar espiritualmente la muerte? ¿La reciente viuda o viudo, cómo enfrenta su nueva vida? ¿Los pequeños hijos como harán para entender que ya no está mamá o papá?… y ¿Por qué justo ahora que tanto le necesito? Teníamos planes y era muy joven, ¿Por qué no se muere tanto malvado? O esos ancianos que ya terminaron su misión y nadie desean cuidar. La desesperación, otro elemento de la reacción; el dolor ciega y se torna incontrolable el pensamiento, incluso maldecimos…
El sufrimiento debe retomar su origen. ¡Claro! El remedio está en el origen del dolor… Según nosotros los terrícolas, ¿Quién es el que ocasiona este dolor? ¿Quién es el que toma la decisión de que alguien llegue o parta de este mundo? ¡Claro! ¡Dios mismo! Y si Dios ha generado este dolor es lógico pensar que Él sabe como remediarlo. Así que no nos expongamos a la depresión es una enfermedad progresiva.
Dios no da cargas insostenibles o insuperables, todo tiene su justa medida, pues Dios es Bondad y Justicia Divina. ¡Pero es que el recuerdo es como una flecha que se clava hondo y… hiere! Claro, Dios es el gran misterio y todo lo que viene de Él llega envuelto quizá con más enigma, no existen palabras con sentido razonable, los porqué’s y los hubiera’s, Dios y solo Él tiene las respuestas y no se equivoca. La Muerte es un camino que nadie desea cuando no se está preparado para la vida; por ello hay que vivir con plenitud espiritual; fortalecer el espíritu y no tanto la materia, pues la materia nada tiene que hacer en el Reino de Dios.
El dolor es también oportunidad. Puede convertirse en un camino hacia la libertad, al aprendizaje, al encuentro con la esencia de Dios. Mantengamos fieles la creencia de que “solo está al otro lado del camino” y que seguimos unidos por Dios; claro, ha partido, pero estamos juntos a través de Dios, un padre que nos ama y no hay ofrenda tan sublime ante El, como un corazón humilde y amoroso. Él es experto en hacer nuevos los corazones partidos. Su amor y misericordia va a ser lo que permita construir la esperanza y levantarse, ¡levántate! Dios no te ha quitado nada, ¿acaso el ser amado no iba a pasar al otro lado del camino? ¿Y tú, y yo, no iremos a pasar también hacia la otra acera? El ser amado no a partido del todo en realidad, Dios nos une y vaya que se encuentra bien, en un estado perfecto y está en paz; somos los terrestres quienes estamos afligidos y tristes, nos quedamos luchando en este inmenso combate y sanaremos de este dolor precisamente en el momento en que nos abandonemos en las manos de Dios, ¿cómo? de pie ante la vida y de rodillas ante Él. Saber decir adiós es un tesoro de sabiduría, que enseña y muestra la verdadera humanidad que guardamos… A la luz de la fe aceptamos que ese adiós es parte de la vida misma. ¡Hágase Señor, SIEMPRE, tu voluntad!
María del Socorro Carrillo, Vda. De Rodríguez
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