Por Adolfo Carrillo Aguirre


La crisis Global en lo financiero, lo social, lo económico y lo político, son los signos de nuestro tiempo, mismas que pueden traer un aspecto positivo, nuestro despertar de la consciencia social de los pueblos y naciones. Esas crisis, con sus golpes podrán impulsar al cambio de paradigma sustentable en todos los ordenes.

 

  ¿Ahora bien, las crisis de que estamos hablando. A que se deben, cuales son sus causas, en que consisten, y lo más importante y trascendente, el planternos; el comó, con que vision podrian resolverlas?

 Este servidor tiene la propia [en espera de que nuestra visión y tratamiento, podamos compartirla, propicie el dialogo y nos permitamos hermanarnos, nos acerquemos más, y construir ese sentir común y solidario]. Si es de su interés, aceptenme esta oportunidad de contarles mi visión particular al respecto.

 Bueno, desnudémonos, -¡ah carajo!, no se preocupen, solo yo lo haré, exponiendo mis miserias- pues escribir cosas –así lo pienso- es desnudarse; sin embargo, lo confieso; a ello, no le he perdido el miedo del todo, ¡pero sin embargo va!.

  En occidente y en general donde predomina la cultura de la industrialización y el comercio consumista globalizado, encontramos que la visión de nuestro mundo está en plena decadencia y es posible observar y percibir [al menos así lo percibo] un malestar creciente en la sociedad contemporánea. Sentimos que en esta epoca de la llamda postmodernidad, la vida ha perdido mucho de sus encantos, solo existimos, pero no vivimos, desconocemos el verdadero sentido de la vida. Ese antiguo sentimiento de plenitud vivencial que alguna vez las sociedades nativas tuvieron.

 Antiguamente. Antes del advenimiento de la era industrial, del comercio para el consumo irrestricto; de esa visión de necesidades falsas. Del encarcelamiento de lo espiritual, del reino de la codicia; nos era posible contemplar que el mundo estaba lleno de misterios y de encantos que nos conectaban a la naturaleza.

 Ahora, falsamente pensamos que todo lo sabemos; que de todo podemos apropiarnos, porque todo está en el comercio. Juzgamos sin detenimiento, que todo lo que está ahí, es enajenable y podemos comprarlo, apropiárnoslo.

 Antes, en una sociedad fundamentalmente campesina se sentía un mayor respeto, un ambiente de unión con la naturaleza, nos sentíamos como en nuestra propia casa y esa relación le daba sentido a la vida. Se le cantaba a las flores, los pájaros, las montañas, los ríos, la mar, la noche, la luna, el lucero, el fuego, la selva, el amor, la muerte, la tierra prometida, al paraíso perdido…… En todo ello se tenía conciencia del sentir, se olía y respiraba la vida como una fiesta.

 Al referirnos a ese sentir verdadero de la vida, me trae a la memoria, otro encuentro luminoso, con un personaje. Nos referimos a nativo de la tribu Apache, llamado “Águila Dorada”. Recuerdo uno de tantos encuentros con el. Fue en aquel mediodía de sopor del mes de mayo en las playas de “La Manzanilla”, Jalisco; en donde reventaba el aire virtuoso del océano, que aliviaba el agobio del extremo calor; donde las gaviotas tejían cabriolas; los pelícanos volaban en “picada” buscando los pececillos, que constituían su alimento; las palmeras se agitaban por la delicia de aqella luz del padre sol……. él me decía:

 _” La fiesta nos salva del vació, de la nada. Ritualiza el sentir, nos da conciencia del “aquí y el ahora”.

_ Pero que dice, no entiendo. Le dije.

_ Si quieres sentir la vida verdadera, ponte a gozarla _ me dijo Águila Dorada _

_ Para ello ofrece una fiesta.

_ ¿Qué. Una fiesta, no entiendo_ Si, ponte a bailar, a beber y a cantar, aunque fuese con prostitutas, porque la soledad es el peor de los males _ Muy sardónicamente me lo dijo y en su rostro se dibujaba una misteriosa sonrisa, que no pude desifrar.

Y al escucharlo recordé el pícaro poema intitulado “canonicemos a las putas” de ese poderoso, grave y deslumbrante escritor: Jaime Sabines. [voz que para muchos, es luz autóctona en muchos aspectos de la poética erótica e intimista].

Pasó el tiempo, y sentí ese impulso de hacer una fiesta [que inteligente, verdad, como no se me ocurre trabajar], que me había sugerido mi amigo.

Y pues, lo puse en práctica: Una noche de plenilunio, bebí, y mucho comí, y mis piecitos danzaron con la luna, a la luz de la hoguera, que lanzaba sus llamaradas penetrando el profundo cielo [donde las estrellas brillan, muy vigilantes] Astros que también, debemos saberlo y sentirlo, tienen sus maneras privilegiadas de danzar. Y yo seguía, en aquella playa que se iluminaba, ¡con aquel resplandor, aquel!. ¡Y se alegraba el mundo!. ¡Y el mar después de agitarse, al acariciar la arena se tranquilizaba!.

¡Y mis carnes y mis huesos renacían, estaban fuertes y bellos, volvían a cantar y danzar. Y alcanzaba de nuevo el calor en mi sangre.

Ese sentir me renovaba, y en el mundo todo, se podía sentir el mágico poder del amor!.

Bueno, por ahora, ya estuvo bueno de reseñar el recuerdo de tan gozosa fiesta.

 

Dejemos por un momento los sentires que trae la fiesta de la carne y la sangre, y retomemos las reflexiones sobre la necesidad de una reconstrucción de nuestras tradiciones ancestrales antes de la invasión de la era industrial. De la construcción con fundamentos aceptables, de un nuevo paradigma en eso de las cosas del pensamiento y de la necesidad de una toma de conciencia. Estas tradiciones tan caras para nuestros pueblos originales de la tierra, cada vez más, han caído en desuso, y se ven diluyendo, perdiendo en el horizonte del futuro que parece siniestro.

Ahora, conocemos ese sentimiento de que el mundo y sus maravillas y sus encantos, se nos escapan de manera irremediable. En este sentido, sin exagerar, padecemos una tragedia verdadera.

Para una muestra de lo que sostenemos, baste decir que en lo que respecta al lenguaje, ahora priva la terminología cada vez más técnica, incomprensible para las masas y por otra parte, los asombrosos avances tecnológicos y científicos nos llevan al desierto del desencanto que priva en la raza humana.

Esa aridez del alma de los pueblos, que cada vez [desgraciadamente] es uniformada a la MADE IN USA, y se nos filtra por todos lados, la maldita sensación de que ya no podemos sentir la vida de manera significativa. Y si ya no podemos cantar y sentir nuestras historias, nuestras leyendas, nuestros mitos, nuestros problemas ¿entonces qué sentido tiene matarnos en los trabajos?.

Ese sentimiento de estar muy cerca del infierno de la insignificancia espiritual, hace cada vez necesaria una nueva mutación, un renovado paradigma que conlleve a una visión más cerca de la esencia espiritual, más natural, y más plena, que responda la gran cuestión del sentido profundo de la vida.

 Continuaremos con estos comentarios, estimado lector…… Una respetuosa invitación, formemos comunidad de visiones y opinión.

 

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