Hace un año el experto en geopolítica e inteligencia internacional George Friedman escribió:

 

 

Desde el punto de vista de México, interrumpir el flujo de drogas hacia Estados Unidos no se encuentra en el interés nacional ni en el de la élite económica. Los analistas normalmente hacen hincapié en la guerra del crimen organizado que se lleva a cabo al norte del país, pero raramente en el flujo de dinero de Estados Unidos hacia México. Y claro, ese dinero pudo corromper el Estado mexicano… [Pero también] Se acumula y es invertido, al tiempo que genera riqueza y empleos. […] Concretamente, es difícil pronosticar algún escenario en el que el gobierno mexicano pueda detener el comercio de drogas. Por el contrario, México aceptará el dolor y los beneficios de este comercio. (STRATFOR, 6 de abril de 2010)

Friedman tiene bien claro que esta no es una guerra destinada al éxito, ni siquiera al debilitamiento de grupos del crimen organizado. Los 40 mil millones de dólares al año que deja el narco al país han estabilizado la macroeconomía tras los embates de la crisis 2008-2009. Muy probablemente los números que presume el gobierno federal sean ciertos en tanto que el suelo de este cuasi milagro es la riqueza proveniente de la ilegalidad. Apenas esta semana los diarios ingleses dieron a conocer las irregularidades que detectaron autoridades estadounidenses en uno de los bancos más grandes del mundo, Wachovia. En secrecía, la Agencia Antidrogas de Estados Unidos sancionó a este banco por presuntas prácticas de lavado de dinero proveniente de México por más de 378.4 mil millones de dólares (un tercio del PIB de México).

Esta guerra no la quieren ganar los vaqueros de aquí ni de allá. Esta guerra no la quieren ganar los grandes empresarios de este país, cuya riqueza no puede imaginarse de tales proporciones sin haber sido manchada de sangre por la guerra infame. Esta guerra tampoco quiere ser ganada por la industria bélica, que ha armado hasta los dientes a los más de 45 mil soldados mexicanos y los diversos carteles de la droga. Casi 90% de las armas provienen de Estados Unidos, definitivamente es una guerra que conviene a lo que siempre ha sido el impulsor de la economía estadounidense, la industria bélica.

Esta guerra tampoco la quieren ganar los policías y buena parte de los militares mexicanos. Claudicar a su responsabilidad inicial ha sido más benéfico que cumplir con el mandato nacional de protegernos. Verse corrompidos por el narco probablemente no se refleje en un incremento sustancial de su calidad de vida, sin embargo negarse a dicha práctica es firmar una sentencia de muerte, propia o destinada a las personas que aman. Los 10 estados con más violencia reciben más recursos del gobierno federal que el promedio nacional, y con excepción de dos de ellos, tienen mismo número de policías por habitantes que en Estados Unidos. Aun así, no son más los capos arrestados, no son más las sentencias dictadas por crimen organizado, no son más los decomisos de drogas o armas. En 2009, por ejemplo, el volumen de decomisos en nuestro país fue similar al de Costa Rica y un vergonzoso 40% del total que logró Panamá. Las policías y militares, en todos los niveles, no quieren ganar una guerra que deja, y deja mucho. ¡Bendita corrupción!

Esta guerra no la quiere ganar Felipe Calderón. Haber llegado a la presidencia mediante un flagrante fraude electoral y no tener idea de cómo se gobierna es la primera pista de las razones de esta guerra. Un gobierno débil como éste ha elegido el miedo como instrumento legitimador de su simulado desempeño. Y es que, me parece, 40 mil muertos en cuatro años es una razón suficientemente fuerte para aterrorizar a cualquier población. La expoliación poblacional nos ha llevado a un estado de pasmo que no nos permite ser siquiera parecidos a los hoy rebeldes árabes. La carga se la han llevado los jóvenes, miles de chavos que bien podrían hacer de esta una mejor nación, han visto terminados sus limitados sueños a causa de las balas. ¿Control social?

Esta es una guerra que no quieren ganar los jóvenes. Ya sea por formar parte de las víctimas del miedo o consecuencia de la enajenación neoliberal que produce el consumismo, donde lo único que importa es mi bienestar económico, los jóvenes de este país sorprenden por su inacción. Idiotizados por la televisión, el culto católico, las modas occidentales o la falta de oportunidades para educarse, éstas son las causas de su inacción ¿o de qué otra forma nos explicamos la pasiva respuesta de “el futuro de México” ante la criminalización de los dos chavos del Tec en Nuevo León, quienes fueron asesinados y después el ejército les plantó armas para hacerlos pasar por sicarios?, ¿Cómo nos explicamos el pasmo social ante las declaraciones del presidente sobre los 13 jóvenes masacrados en Juárez, justificando su muerte porque “seguramente eran pandilleros”, pero que, en realidad, festejaban un cumpleaños?, ¿cómo explicar los brazos cruzados después de enterarse del asesinato de la estudiante de Psicología, el de una niña de 6 años junto a su abuela, o el de la familia que iba de vacaciones a Acapulco?

Esta guerra no la quieren ganar los medios de comunicación. Suscritos a un acuerdo del silencio, los medios masivos han decidido pararse del lado de Felipe Calderón y su guerra. Han decidido desinformar a la sociedad con datos “oficiales”. Han decidido mostrar el lado bonito de México en detrimento de la penosa realidad. Han suscrito este pacto que evidencia la colusión entre medios y gobernantes para justificar lo inaudito, para apostar al país en una mesa donde sólo juegan los intereses particulares. Esta guerra no la quieren ganar ellos porque también se benefician de ella. Que Azcárraga, Salinas Pliego y Slim se encuentren en la lista de Forbes no es un mérito empresarial, sino la prueba de que son tan corruptos como quienes publicitan en las pantallas.

 

Kevin Casas-Zamora ha llamado a ésta “La guerra para siempre”, pues pareciera que nadie la quiere ganar, o mejor dicho, esta es una guerra simulada. Una guerra en la que el gobierno hace como que combate al crimen organizado; Estados Unidos hace como que quiere apoyar; la sociedad civil hace como que se preocupa y como que exige; la academia hace como que analiza y demanda; los capos de la droga hacen como que gobiernan; las policías hacen como que trabajan; los militares hacen como que luchan por nosotros. Es también una democracia simulada, en la que sentarse a dialogar con el verdugo ha sido la válvula de escape para el hervidero de indignación. Permitir que Calderón termine su gestión, tal como lo hicieron Ulises Ruiz y Mario Marín, después de las atrocidades que han hecho, nos convierte también en simuladores, nos convierte en pactantes de la desgracia nacional.

Omar Velasco – Opinión EMET

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