Si habéis nacido ambicioso, Patricio, os compadezco; más si llegáis a acrecentarlo por debilidad del Cesar respecto de aquellos que tienen interés en que lo seáis -no el gobernador de la provincia por cierto- y que habiendo jurado entre si corromperos infinitamente ya se vanaglorian de haberlo conseguido, permitidme que os desprecie.
Pero si sois sabio, templado, modesto, civil, generoso, reconocido, laborioso y por otra parte de tal clase y nacimiento que podáis dar ejemplo y reglas en vez de tomarlos y de recibirlas, convenid en seguir por condescendencia la locura, los vicios y extravíos de esa especie de hombres cuando, por la deferencia que os deben, hayan ejercitado todas las virtudes que amáis.
Ironía picante pero útil, y muy propia para conservar la pureza de vuestras costumbres, trastornar todos sus planes, y obligarlos a adoptar el partido de continuar siendo lo que son y de dejarnos ser cual sois.
Bien se ve, Patricio, que no tan solo no te meneaste seis años en la mecedora anunciada, sino que fue un columpio lo que empleaste. Y es que a diferencia de la silla con arcos en las patas, el columpio tiene una ventaja: el impulso puede ser ajeno.
¡Que Júpiter se apiade de la provincia, de sus ciudadanos y sus esclavos! No lo harán otros. El Rey José marcha a combate en la insurrección del siempre–bien-peinado Peñus Nietus, Marcus es pequeño y la diosa menor Minerva solo sabe quemar incienso a los pies de los poderosos, sin voltear para arriba por temor a ser conciente de sus frecuentes yerros.
En la mesa de exquisitos manjares, un gladiador africano se quedó con la corona de laurel entre sus manos, la escondió entre su toga nocturnal. ¡Negrus, eso te mereces!
¡Ave Cesare!
(Travesura matinal, confeccionada con la gran ayuda de los Caracteres de Juan de la Bruyére, obviamente por tratarse de un caso de paranoia consulté la sección de grandes).