La reelección de Brack Obama, como Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, para ocupar la Casa Blanca por cuatro años más, es un suceso que para muchos era previsible, pero al que también amplios sectores de la población de ese país, y de los medios de comunicación, consideraban como una posibilidad difícil de lograr. Nadie imaginó el amplio margen de ventaja, de 126 votos del colegio electoral, con el que Obama derrotaría a Mitt Romney, el candidato republicano, al quedar con números finales de 332 a 206 votos, incluso en la fase final de la campaña presidencial las encuestas referían un empate entre ambos candidatos. El triunfo del mandatario demócrata es el refrendo de la confianza nacional hacia un dirigente político que ha sabido brindarse al pueblo norteamericano para transmitir certidumbre y sencillez. Hombre de aspecto sereno y de modales moderados, Obama no es del tipo de personajes que acostumbran desempeñarse a base de desplantes de espectacularidad mercadotécnica, o con aspavientos sensacionalistas. Tampoco es un político proclive a la controversia, la confrontación, o la beligerancia. En cuestiones personales también ha sabido mantener una trayectoria de discreción y honorabilidad, su imagen individual y la de su familia jamás han sido enturbiadas por escándalos relacionados con desavenencias o infidelidades.
En lo concerniente a su perfil y actitud, esas son algunas de las principales fortalezas que permitieron al primer mandatario estadounidense de color en la historia de su país, retener el poder presidencial para encaminarse hacia el inicio de un nuevo mandato. Sin embargo, hay otros factores de gran relevancia que quizá resultaron más determinantes para la repetición de Obama en el cargo. Su eficaz manejo de la desbaratada economía que heredó de su antecesor republicano, George Bush, ha evitado el colapso de la nación, pese al complicado escenario financiero por el que su gobierno ha tenido que transitar lo mismo en el ámbito interno que en el entorno internacional. El renglón militar es otro ejemplo del prudente desempeño de la administración demócrata, pues a diferencia del anterior gobierno, hoy la presencia del ejército de Estados Unidos como garante de la seguridad regional en los puntos del planeta donde el surgimiento de conflictos se convierte en una amenaza para la estabilidad mundial, es producto del consenso del cónclave de potencias de la OTAN, y no de decisiones unilaterales como las que solían tomarse en la era Bush. Además, la capacidad de las fuerzas especiales norteamericanas para combate antiterrorista, demostrada mediante las certeras labores de inteligencia y logística que culminaron con la localización y el abatimiento de Osama Bin Laden, elevó en grado considerable el prestigio del Obama frente a los habitantes de su nación, y ante la comunidad mundial.
Por lo que atañe a la actuación desplegada en el terreno de la política social los resultados obtenidos por Obama son igualmente favorables, ya que la sensibilidad reflejada en sus programas de salud, así como a través de la iniciativa para permitir la estadía y educación en el país a los niños y jóvenes inmigrantes menores edad, le ha otorgado la simpatía y el respaldo de numerosos votantes de origen latino. Aunada al adecuado posicionamiento interno y la aceptación que durante su primer mandato gubernamental logró construir Obama entre sus conciudadanos, siempre le acompañó, de manera paralela, la aprobación y confianza que conquistó entre los países de Europa occidental, lo cual era del conocimiento de los votantes norteamericanos, y por ende también representó un tema de significativa influencia en el resultado electoral. La contundente reelección de Barack Obama va más allá de la simple supremacía electoral: es el resultado de la simpatía y la confianza social que se generan cuando se actúa con rectitud y sensibilidad; es el triunfo de la moderación y la prudencia, en el arte de gobernar.
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