Mientras el gobierno federal trata de que no sea considerada como un acto de terrorismo la explosión del carro bomba en Ciudad Juárez el jueves 15, el terror, con adjetivos o sin ellos, se va adueñando de la frontera, y de todo Chihuahua.
El bombazo arrojó un saldo de cuatro personas muertas. Dos policías federales y un mecánico del vecindario, a quien los asesinos disfrazaron de policía para usarlo como señuelo. Además, uno de los héroes civiles de esta insensata guerra, el médico Guillermo Ortiz Collazo, quien acudió al lugar donde se acribilló al mecánico para prestar su ayuda y fue alcanzado luego por la explosión.
La Procuraduría General de la República y la Secretaría de Seguridad Pública han intentado desacreditar la posibilidad de un acto terrorista. Esgrimen la peregrina teoría de que no se trata de terrorismo “porque no hay objetivos políticos detrás del atentado”, o porque el blanco no fueron los civiles, sino la Policía Federal. O hasta porque el explosivo utilizado fue uno de los que emplean los mineros chihuahuenses.
Más endebles no pueden ser estas posturas. En primer lugar, porque la propia Secretaría de la Defensa Nacional emitió un peritaje señalando que se trató de un explosivo plástico, el C4, que sólo se consigue en Estados Unidos, activado por un teléfono celular. Además, porque el acto fue cuidadosamente planeado: se secuestró al mecánico, se le vistió de policía municipal, se le acribilló en la principal avenida de la ciudad, se esperó a que llegaran los elementos de la Policía Federal, sólo entonces se detonó desde lejos la bomba. Luego vino la reivindicación en una narcomanta, firmada por La Línea, brazo armado del cártel de Juárez. Amenazan con activar más carros bomba, de mayor potencia destructiva, si los federales continúan combatiendo a su gente y encubriendo al cártel contrario.
Se trata, pues, de una acción violenta de alto impacto, que física o mentalmente afecta a las autoridades y a la sociedad en su conjunto, mediante la cual un grupo criminal pretende imponer o impedir una acción del gobierno. Terrorismo, pues, según los códigos internacionales, aunque no se maneje ningún planteamiento político.
Lo cuestionable es que las autoridades judiciales y preventivas federales y estatales traten de negar lo obvio. Que traten de ignorar el significado del hecho que inaugura una nueva etapa en el enfrentamiento gobierno-delincuencia organizada. Que no respondan al enésimo cuestionamiento de por qué hay una ofensiva tan dispareja contra los cárteles: mientras a uno de ellos se le han tomado más de un millar de presos este año, al otro, sólo 65.
Pero si bien apenas despunta la escalada terrorista, el terror puro y duro sigue corroyendo a la gente de por acá. Si Ciudad Juárez era la única urbe mexicana y la primera en el mundo con mayor número de asesinatos por cada 100 mil habitantes, la capital del estado ha escalado ya al lugar número 10 del orbe en esta terrible estadística. Los secuestros, según eso, se han incrementado en 7 mil 800 por ciento en los últimos tres años, cuando a escala nacional “sólo” aumentaron 146 por ciento, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. Por otro lado, en la entidad se escaló de 6.5 homicidios diarios a 9.1 tan sólo de 2009 a 2010, y el robo de vehículos, de 73 a 81 diarios, según el Observatorio Ciudadano del Delito. Cientos de empresarios de todo el estado tienen que pagar su “cuota” a los extorsionadores, so pena de ser acribillados o sus negocios incendiados.
Además de los jóvenes, las mujeres son más y más victimizadas en esta inútil guerra: van 210 de ellas asesinadas en lo que va del año. Varias jovencitas han sido levantadas porque tuvieron la mala fortuna de “gustarle al jefe”. Siguen aumentando los casos en que al robo con violencia del vehículo le sigue la violación de su conductora u ocupante, según documenta el Centro de Derechos Humanos de las Mujeres.
El terror en cualquiera de sus formas ha tomado la iniciativa. Los gobiernos federal, estatal o municipales, si bien nos va, balbucean una estrategia sólo reactiva. Una estrategia que, a la par de todas las políticas calderonianas, nos tiene, como genialmente le gritaron los scouts juarenses a Margarita Zavala: “todos al suelo”.