Grupo Reforma
Ciudad de México, México (may 17 2010 12:00am).- Basta con ver la cara de
los priistas en cualquier acto público. Basta con advertir las sonrisas
compartidas, los rostros complacidos, los abrazos entusiastas. Están felices
y se les nota; están rebosantes y no lo pueden ni lo quieren ocultar. Saben
que vienen de vuelta, saben que están de regreso, saben que encuesta tras
encuesta los coloca en el primer lugar de las preferencias en las elecciones
estatales y cada vez más cerca de recuperar el control del gobierno federal.
El PRI resurge, el PRI revive, el PRI resucita. Beneficiario del panismo
incompetente y del perredismo auto-destructivo, el Revolucionario
Institucional está a un paso de alcanzar el picaporte de Los Pinos tan sólo
dos sexenios después de haber sido expulsado de allí.
Para muchos mexicanos esta posibilidad no es motivo de insomnio ni de
preocupación. Hablan del retorno del PRI como si fuera un síntoma más de la
normalidad democrática. Un indicio más de la alternancia aplaudible. Un
indicador positivo de la modernización que México ha alcanzado y que ya
sería imposible revertir. “El país ya no es el mismo que el de 1988”,
advierten quienes no se sienten alarmados por la resurrección priista. “El
PRI no podría gobernar de manera autoritaria como lo hizo alguna vez”,
sugieren quienes celebran los logros de la consolidación democrática. “Los
priistas se verían obligados a instrumentar las reformas que hasta ahora han
rechazado”, auguran los oráculos del optimismo. Y ojalá tuvieran razón las
voces de aquellos a quienes no les quita el sueño la posibilidad de Enrique
Peña Nieto en Los Pinos, Manlio Fabio Beltrones en la Secretaría de
Gobernación, Beatriz Paredes
en cualquier puesto del gabinete, y Emilio Gamboa en la presidencia del PRI.
Ojalá fuera cierto que una nueva era de presidencias priistas sería señal de
alternancia saludable y no de regresión lamentable. Ojalá fuera verdad que
tanto el país como el PRI han cambiado lo suficiente como para prevenir el
resurgimiento de las peores prácticas del pasado. Pero cualquier análisis
del priismo actual contradice ese pronóstico, basado más en lo que sus
proponentes quisieran ver que en la realidad circundante. Como lo escribe el
columnista Tom Friedman en The New York Times, en México hoy coexisten tres
grupos: “Los Narcos, los No’s y los NAFTA’s”: los capos, los beneficiarios
del statu quo y los grupos sociales que anhelan el progreso y la
modernización. Y hoy el PRI es, por definición, “El Partido del No”. El que
se opone a las reformas necesarias por los intereses rentistas que protege;
el que rechaza las candidaturas ciudadanas por la rotación de élites que
defiende;
el que rehúye la modernización sindical por los “derechos adquiridos” que
consagró; el que no quiere tocar a los monopolios porque fue responsable de
su construcción. El PRI y sus bases son los “No’s” porque constituyen la
principal oposición a cualquier cambio que entrañaría abrir, privatizar,
sacudir, confrontar, airear o remodelar el sistema que los priistas
concibieron y del cual viven.
A quien no crea que esto es así, le sugiero que lea los discursos atávicos
de Beatriz Paredes, que examine la oposición pueril de Enrique Peña Nieto a
la reelección, que reflexione sobre los intereses cuestionables de Manlio
Fabio Beltrones, que estudie los negocios multimillonarios de Emilio Gamboa,
nuevo dirigente de la CNOP y próximo presidente del partido. Allí está el
PRI clientelar, el PRI corporativo, el PRI corrupto, el PRI que realmente no
cree en la participación ciudadana o en los contrapesos o en la rendición de
cuentas o en la apertura de la vida sindical al escrutinio público. Si la
biografía es micro-historia, entonces se vuelve indispensable desmenuzar la
de Emilio Gamboa ya que su selección reciente para una de las posiciones más
importantes del priismo revela mucho sobre el ideario, los principios y el
modus operandi de la organización. Emilio Gamboa, descrito en el libro
coordinado por Jorge Zepeda Patterson, Los intocables, como el broker
emblemático de la política mexicana; el intermediario entre el dinero y el
poder político. Vinculado al Pemexgate, al quebranto patrimonial en Fonatur,
al crimen organizado vía su relación con Marcela Bodenstedt y el Cártel del
Golfo, a las redes de pederastia, al tráfico de influencias. De nuevo en la
punta del poder dentro de su propio partido.
Ése es el PRI del 2010, y si no lo fuera, su dirigencia ya habría denunciado
a Emilio Gamboa junto a tantos que se le parecen. Pero no es así. El PRI del
nuevo milenio y el que se apresta a gobernar a la República sigue siendo un
club transexenal de corruptos acusados y corruptos exonerados; de cotos
construidos sobre la intersección de la política y los negocios; de redes
tejidas sobre el constante intercambio de favores y posiciones, negociadas a
oscuras. En una conversación telefónica grabada y ampliamente diseminada
-que a pesar de ello no ha hecho mella en su carrera política- Emilio Gamboa
le dice a Kamel Nacif: “va p’a tras”. Y ése es el mismo mensaje que el PRI
envía sobre el país bajo su mando.
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