Éxtasis colectivo durante la noche en que Sir Paul gritó: “¡viva México, cabrones!

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 En su inglés chilango, las estrofas fueron seguidas por la muchedumbre. Una tras otra las rolas de McCartney fundieron gustos, apariencias y actitudes en un acto de integración multigeneracional.

 Antes del concierto, desde una de las ventanas del hotel Majestic, un grupo de simpatizantes de Enrique Peña Nieto sacó una manta en apoyo al candidato del PRI, pero cuando la multitud la descubrió se desató la rechifla, una multitudinaria mentada de madre y gritos de desaprobaciónFoto Francisco Olvera

Paul McCartney detonó anoche en el Zócalo una bomba que causó en unas 200 mil personas –según cálculos del Gobierno del Distrito Federal– una explosión de euforia colectiva.

Acto abstracto y metafísico que se dio por medio de la música en un concierto histórico-trascendental que duró tres horas.

La consecuencia de ese encuentro entre un gran músico y la audiencia fue ese indescriptible goce multitudinario.

La música del ex beatle transgredió las fronteras de tiempo y dimensión, en una gran gala popular que devino fiesta para los capitalinos… y los de provincia que hicieron el viaje a la urbe y aguantaron días formados para estar hasta el frente.

Otros se formaron horas y se mantuvieron sin comer o beber agua (aunque en algunas zonas el trago del líquido, colocado en 60 mil bolsas de plástico, según afirmaron funcionarios de Turismo, se vendió a 50 pesos).

El de ayer fue un encuentro exaltante, que sólo la música puede hacer, digno de la lógica irracional del corazón que se da entre uno (o unos) emisores y miles de receptores, los cuales desarrollan códigos conformados por notas y acordes musicales, así como con textos de unos minutos que narran la sencilla esencia del ser.

“Es muy bueno estar con ustedes en el Zócalo de manera gratuita. Viva México, cabrones”, dijo McCartney en diferentes momentos, y la grita creó un Golem de elevados decibeles que demostró que el fenómeno de los Beatles es interminable, que sólo podría tener fin cuando amor, desamor, felicidad y tristeza ya no sean sentimientos, concordaron Felipe, septuagenario, y Carlos, de 25 años. Ambos se conocieron parados más de 14 horas en una zona de un metro cuadrado de la que no se movieron hasta que se escuchó All my loving, Let me roll it, Drive my car o Here today (que el ex beatle dedicó a “mi amigo John”).

Los miles de asistentes nunca imaginaron que escucharían gratis a un cuarto (o más) de los Beatles, y casi cinco décadas después de que se pudieron haber presentado en la ciudad de México, en el estadio de futbol de la Ciudad Deportiva. El recuerdo es que en 1965, cuando se estrenó la película A hard day’s night, el entonces regente del Departamento del Distrito Federal, Ernesto Uruchurtu, afirmó que la banda inglesa era un mal ejemplo para la juventud, y que la ciudad de México no estaba preparada para ese tipo de eventos.

Pero ahora el gobierno local pudo colgarse de un intermedio de la gira On The Run, ganando al de Yucatán, que quería a McCartney para Chichén Itzá, y dio a los defeños el placer de vivir y revivir la nostalgia sesentera del Cuarteto de Liverpool.

Esta vez no hubo melenas largas –aunque sí deshidratados, desmayados y confundidos– ni símbolos de amor y paz, ni adolescentes que enloquecieran por las patillas largas de los miembros del cuarteto.

Ahora, los de 20 años y los jóvenes de corazón formaron parte de esa emoción grupal provocada por las andanadas sonoras de piezas que son parte de la discoteca personal de millones de personas en el mundo.

Parecía inexplicable que jóvenes de 20 años o menos siguieran de manera tan intensa al ex beatle cual si fuera Justin Bieber. Chicos, medianos y grandes sacaron celulares y encendedores para formar un océano de luciérnagas en agradecimiento al inglés y su banda.

Corearon piezas –como Eleanor Rigby– concebidas hace más de cuatro décadas. La razón: el gusto que heredan de sus padres con todos esos discos, ya no de acetato, sino de cedés, y la intemporalidad de esta música sencilla y compleja a la vez.

Vinieron de todos los rumbos de la ciudad, de cada rincón, de cada casa en la que de seguro más de un disco de los Beatles ha sonado. Con un pequeño almuerzo, con una cobija, con ropa que desprendía ese olor peculiar de no cambiarse en días… Todo para presenciar a ese pilar de la música actual, que sigue produciendo alegría con sus canciones, cuyos tonos bastan para desatar la locura comunal.

Horas y horas de espera, de aburrimiento y de catarsis, externada con cualquier pretexto, como cuando se escuchó una elevada mentada de madre debido a una pancarta en apoyo a Enrique Pena Nieto que fue exhibida en la ventanas de uno de los edificios (el Palacio Nacional y el del Gobierno del Distrito Federal estaban llenos de miembros de la baja, la mediana y la alta burocracia).

La pancarta fue retirada al grito de: “¡AMLO, AMLO!”

My valentine, The long and winding road, Saving changes, Maybe I’m amazed, Something (dedicada a George Harrison), Ob-la-di, ob-la-da (acompañada con mariachi) fueron algunas piezas que regaló Paul, y que también se había escuchado en Guadalajara y en el estadio Azteca.

Todos ganaron. También quienes hicieron su agosto con la venta de cualquier clase de productos alusivos a la banda británica y a McCartney.

Sir significa señor, y en Inglaterra es un título de honor para aquellos que son relevantes en el plano social. Sir Paul fue nombrado así hace unos años por la reina de Inglaterra, pero para los plebeyos reunidos en el Zócalo no fue necesario ese apelativo, pues su música se lo otorgó desde que apareció por primera vez en pubs (bares) de Liverpool.

McCartney, coautor –junto con John Lennon– de la mayoría de las rolas emblemáticas de los Beatles, siguió intenso jugando con esas creaciones tan sencillas en su texto y armonía que continúan inyectando de amor, desamor y felicidad a generación tras generación.

En inglés chilango, las estrofas fueron seguidas por la muchedumbre. Una tras otra las rolas siguieron transformaron los gustos, las apariencias y las actitudes, en un acto de apreciación multigeneracional.

La beatlemanía no ha muerto y no fenecerá porque es un estilo de vida y una manera de reflejar, de alguna manera, el buen gusto de música popular. Y eso se observó en todas las zonas del primer cuadro, impregnadas por la figura no sólo de Paul, sino de John, Ringo y George, reproducidas en imagen por hombres de más de sesenta años, que nunca imaginaron presenciar de manera gratuita a uno de sus ídolos.

La influencia de los Beatles sigue tangible en sus adeptos mexicanos –y del mundo–, y eso quedó demostrado. Más que apreciar la música, a muchos esa figura histórica les recordó años de plenitud.

El placer fue también para el inglés, quien no podía ocultar la sorpresa de ver a tanta gente reunida y sentir la energía del ombligo de la Luna, en una noche en que no dejó de felicitar a las madres de México, a las que dedicó Hope of deliverance.

Vinieron más rolas que fueron la rocola del recuerdo más espectacular vista en muchos años.

La Jornada

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